La desigualdad en la escuela

Opinión
'La desigualdad en la escuela'
KRISIS'19

De nuevo el informe PISA ha provocado múltiples reacciones de los responsables educativos de nuestro país. Una vez más, tras su publicación, todos los países y, en nuestro caso, todos los gobiernos autonómicos corren a ver cómo han quedado en los rankings. Parece lógico, pues, PISA se ha convertido en el estándar de evaluación del rendimiento de los estudiantes. A través de exámenes realizados a muestras representativas de alumnos de 15 años en tres áreas (matemáticas, lectura, ciencias), podemos aproximar cómo de bien o mal le va a cada país en comparación con los demás. En los últimos informes España ofrecía una imagen congelada, que este año se acaba de romper, pues ha descendido 10 puntos respecto a 2015. Pero la caída en diez puntos no es lo peor para nuestro país, sino el hecho de que esa cifra, 483, es la más baja de todas las que ha sacado España en ciencias desde que empezó dicho informe, hace exactamente trece años.

Los datos vuelven a demostrar que tenemos un sistema inclusivo con graves desequilibrios internos. Existen diferencias académicas entre las regiones ricas y pobres en España o, dicho de otra manera, entre el norte y el sur del país. En matemáticas la distancia entre la mejor y la peor comunidad autónoma es de más de 40 puntos, lo que implica una diferencia de más de un curso escolar. Se vuelve a demostrar que las mayores desigualdades no se dan entre países, sino entre regiones y, más aún, entre el nivel cultural de los padres. De nuevo parece evidente que la educación no acaba de funcionar como ascensor social, porque los más pobres tienen resultados educativos mucho más bajos que el resto. España aparece por debajo de la media de equidad. Un dato lo avala, la probabilidad de repetir curso es cuatro veces más alta entre los alumnos pobres que entre los ricos, siendo la segunda brecha más alta de toda la OCDE. Los examinados ahora son la primera generación educada en España en un contexto de recortes en financiación para la escuela, que empezaron en 2011, lo que es posible que haya provocado un incremento de la desigualdad en los resultados educativos.

Las calles de muchas capitales de Latinoamérica se han llenado de millones de adolescentes y de jóvenes que se han movilizado contra el aumento de los precios de las tasas universitarias, de los bonos de transporte, o contra el desmantelamiento de los servicios públicos. El debate sobre la desigualdad en aquella región no solo está en los medios de comunicación, sino claramente en la calle. De hecho, se analizan la existencia de tres fenómenos entrelazados: una desigualdad social extrema; el fracaso, una vez más, de políticas neoliberales que imponen la lógica estricta del mercado no solo a la economía sino a la sociedad en su conjunto; y la ruptura de la confianza ciudadana en las instituciones políticas, cuya representatividad rechaza el 83% de la población en el conjunto de la región. Un ejemplo de esta desigualdad lo tenemos en el Informe PISA. Sus resultados son bastante peores que la media de la OCDE. Los países de la región están, claramente, a la cola del índice de inclusión social. Hay algunos Estados en los que las desigualdades son extremas. Y todos ellos, y me parece lo más grave, son marcadamente menos inclusivos no solo que la media de la OCDE, sino que la media del conjunto de los países evaluados mediante PISA. Un dato revelador es cómo estos países ‘aíslan’ a sus estudiantes socioeconómicamente aventajados del resto con una eficiencia casi sin parangón. Es la manera de reproducir la desigualdad en el sistema escolar. El sistema escolar en América Latina no está respondiendo a la transformación social. En la mayoría de esos países, el sistema educativo no contribuye a reducir la pobreza sino a reproducirla. Introducen en sí mismos las contradicciones de la desigualdad de sus sociedades y las derivadas de estas posiciones ideológicas.

No cabe duda de que hay que trabajar para que los países latinoamericanos asciendan en el ranking de PISA. Pero esa escalada no solo no puede dejar a nadie atrás, sino que debe cerrar las brechas que ahora existen. Si la igualdad de oportunidades no es viable, tampoco lo será ninguno de los modelos ideológicos que ahora se están debatiendo sobre el presente y futuro de la región. 

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