Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

¿Conflicto político?

No es acertado definir la situación de Cataluña como un 'conflicto político'.
No es acertado definir la situación de Cataluña como un 'conflicto político'.
F. P.

Nuestro entorno político se ha hecho cada vez más complejo, pero queremos entenderlo y manejarlo con un sistema cada vez más básico de conceptos y palabras: la ‘Crítica de la razón pura’ en tuits. El ‘brexit’: la complejidad de relaciones económicas, políticas, etc., resumida en una pregunta que se resuelve en ‘sí’ o ‘no’.

El lenguaje que manejamos no guarda proporción con la dimensión de los temas. Para ajustar la complejidad de los problemas a la limitación de nuestras herramientas, escondemos partes fundamentales de los datos y presentamos simplificaciones casi banales.

Un análisis de la realidad comienza asignando nombres; calificando. Imaginemos: estamos en urgencias; la doctora pregunta: «¿Qué tenemos?» y los que han recibido al enfermo en puertas le informan mediante un lenguaje preciso.

Si utilizo la expresión ‘conflicto político’ para resumir el problema a resolver en relación con Cataluña, ¿respondo con precisión a la pregunta ‘qué tenemos’? ¿Proporciono una buena base para la reflexión? Creo que no.

‘Conflicto’. Tenemos tendencia a usar palabras con poca densidad que hacen borrosos los perfiles de nuestras afirmaciones; unas veces para cubrir nuestra inseguridad (‘en cierto modo podría decirse que...’), otras por autocensura: nos da miedo ofender. Se extienden las intolerancias alimentarias... igual que se debilita nuestra resistencia a la reprimenda, reproche o discrepancia de cierta intensidad.

‘Conflicto’ está en una lista -cada vez más corta- de palabras no ofensivas, tan inocuas como inútiles. Planteo objeciones: que evita llamar ‘malos’ a los malos, y que sugiere que en este choque, las responsabilidades están repartidas. Contiene un sesgo de bilateralidad que llama a la mediación: como todas las instituciones están contaminadas por el conflicto habrá que buscar árbitro externo. Esta lectura no encaja con el trozo de realidad que yo observo.

Entonces, ¿qué tenemos? En mi opinión, debemos hablar de una petición no atendida, reivindicaciones sin éxito, expectativas defraudadas… Una gran parte de los catalanes pide una redefinición de su posición colectiva en España, que, además, no sea extrapolable a la mayor parte de las otras regiones: esta vez el ‘café’ solo para nosotros y nuestros selectos invitados.

Cuando alguien quiere modificar el estado de cosas debe presentar con claridad su petición y al menos un esbozo de sus fundamentos, que serán objeto de una valoración preliminar, semejante a la que aplicamos a cualquier hipótesis como las que presentamos a una convocatoria de financiación de proyectos de investigación. ¿Hay apariencia de razonabilidad? ¿Indicios de viabilidad? Solamente cuando se superase esta valoración básica podría abordarse un análisis de la petición en todas sus dimensiones, incluyendo la necesidad de reforma legal o constitucional. Lo demás es ruido.

Si digo ‘político’ es ‘únicamente político’. ¿Corresponde esto con lo que vemos? No. Un problema político lo tiene un gobernante para conseguir que aprueben su proyecto de presupuestos. En Cataluña hay más, mucho más. Para empezar, representaciones muy distintas de la realidad: del presente, del futuro y del pasado. Problemas de lenguaje sectario y contaminado. Desobediencia a los tribunales; unas veces abierta, otras encubierta en forma de falta de diligencia en cumplir sus órdenes (en Aragón algo sabemos). Veo quiebra del modelo del Estado de derecho: que consiste no solo en respetar las leyes, sino también las reglas que usamos cuando las aplicamos (la inferior respeta la superior y esas cosas). Desbordamiento competencial: decisiones claramente fuera del ámbito territorial de Cataluña, como las leyes que inaplican la Constitución y leyes básicas, o las degradan a normas de rango inferior. Fractura social, familiar. Rechazo al ‘otro’; fobia inoculada...

Hay un problema político -que salgan los números en una votación de investidura- pero la articulación de Cataluña en España es otra cosa, y las salidas -lamentablemente- exceden las fuerzas de un grupo de negociadores que actúan con lógica política, mejor dicho: de partido político.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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