Por
  • Eva Sáenz Royo

Constitución: aciertos y errores

Ejemplar de la Constitución Española de 1978 guardado en el Congreso de los Diputados.
Ejemplar de la Constitución Española de 1978 guardado en el Congreso de los Diputados.
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Hoy hace cuarenta y un años que los españoles aprobamos en referéndum la Constitución de 1978. Su texto recogió en gran medida las mejores aportaciones del derecho internacional y del constitucionalismo extranjero del momento. Se basa en la dignidad humana y la libertad personal como presupuestos básicos de la nueva organización política. Recoge una amplísima carta de derechos fundamentales que se inspira en los textos internacionales y en las constituciones extranjeras más innovadoras. Introduce el parlamentarismo racionalizado inspirado en la Constitución alemana y que trata de evitar las crisis de gobiernos que se vivieron en el período de entreguerras. Diseña un Tribunal Constitucional que busca la independencia de sus miembros y que se erige como garante último de la Constitución. En fin, incorpora un Título VII que reconoce las técnicas de intervención del Estado sobre la economía en el más puro estilo de las teorías keynesianas y del Estado de bienestar. No se podía pedir más.

Desde mi punto de vista y desde la ventaja que da la perspectiva histórica, solo se cometieron dos errores. Por una parte, se creó un sistema político con un protagonismo absoluto de los partidos políticos sin ninguna válvula de escape. Lo advirtió en los debates constituyentes Fraga Iribarne. Del protagonismo absoluto de los partidos se derivan algunas de las corruptelas más criticables de nuestro sistema (nombramiento de los miembros del TC, nombramiento de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, déficits en la regulación de la financiación y democracia interna de los partidos…). También del protagonismo absoluto de los partidos se deriva que hoy los ciudadanos no podemos incorporar ninguna iniciativa sin el plácet de los propios partidos. Piensen, por ejemplo, en introducir la limitación de mandatos o la imposibilidad de que se vuelvan a presentar a las elecciones aquellos que han sido incapaces de formar un gobierno. Imposible. Introducir dicha válvula de escape, que sí se preveía en el Anteproyecto de Constitución, exigiría una reforma constitucional que está en manos de los propios partidos. Un problema.

El otro gran error fue el reconocimiento de los llamados derechos históricos que fundamentaron el sistema de financiación vasco y navarro y que son el origen de la inestabilidad territorial actual. Fue un error de cálculo de los constituyentes, que pretendían pacificar con ello el País Vasco y conseguir el voto afirmativo del PNV para la Constitución. No se consiguió ni lo uno, ni lo otro. A cambio se introdujo un sistema de financiación en estos territorios inédito en cualquier Estado federal. Según el mismo, la titularidad, recaudación, gestión e inspección de la práctica totalidad de los impuestos es competencia del País Vasco y Navarra, que aportarán una cuantía anualmente al Estado para financiar todos los servicios que están centralizados, pero de los que también se benefician los ciudadanos vascos. Es el llamado ‘cupo’. Lo peor, sin embargo, una vez más, fue el desarrollo que de esa previsión han hecho los partidos. A cambio de estar unos pocos años más en el gobierno, la cifra del cupo ha ido disminuyendo paulatinamente sin transparencia ni justificación. Así, el privilegio de estos territorios es cada vez mayor. Y los nacionalistas catalanes quieren el mismo trato (privilegiado) y si no, la cesión de más poderes para generar –o ‘comprar’, que así es la condición humana- más independentistas.

La resolución de ambos problemas exige de un ejercicio de autolimitación y de perspectiva de largo alcance por parte de los partidos que –me temo- no es previsible. Hace ya mucho tiempo que la política española –igual que otras muchas-, con su profesionalización, se ha llenado de demonios. Los profesionales de la política dejaron ya de lado el interés general y están apuntados a su particular interés de permanencia a costa de todo. El problema es que, sin válvula de escape, los ciudadanos estamos inmersos en su particular infierno. Y mientras tanto, como un dios redentor, el totalitarismo acecha.

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