Instituto Fahrenheit 451

Opinión
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El escritor Ray Bradbury (1920-2012) hoy tendría argumentos para una segunda versión de su novela ‘Fahrenheit 451’. En esa distopía, que publicó en 1953, anticipaba un mundo donde los libros estarán prohibidos. Una sociedad norteamericana donde los bomberos cumplen la función de calcinarlos. Una batalla sin igual donde los censuradores del conocimiento se esforzarán por aniquilar el papel. Y en ese trajín, el bombero Montag protagoniza una historia de amor que hace pensar. Es una novela para releer hasta grabarla en la memoria y vencer el destino.

En la edición de 1993, Bradbury incorporó un prefacio donde escribió: "No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego al kerosén o persigan al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?". A su pregunta respondía con una afirmación que ahora, casi tres décadas después, sigue acertando: "No todo está perdido, por supuesto. Todavía estamos a tiempo si evaluamos adecuadamente y por igual a profesores, alumnos y padres, si hacemos de la calidad una responsabilidad compartida, si nos aseguramos de que al cumplir los seis años cualquier niño en cualquier país puede disponer de una biblioteca y aprender casi por osmosis; entonces las cifras de drogados, bandas callejeras, violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero". Y en el mismo párrafo sigue diciendo: "El bombero jefe en la mitad de la novela lo explica todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con tres imágenes por segundo, un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página". Ahora nos queda preguntar, ¿qué hacer? ¿Qué libros se pueden abrir, oler y sentir?

Estamos en otro contexto. La digitalización de usos y costumbres se ha extendido por doquier, con miles de servicios y datos en ‘la nube’. Hoy cuando para ‘hablar’ se lee y se escribe más que nunca, habrá que pensar qué se gana pero, sobre todo, qué se pierde cuándo el soporte digital sustituye al soporte papel. Y esto no es nostalgia de un mundo que se va. Afecta a las capacidades cognitivas de niños y jóvenes que, bajo capa de progreso están convirtiéndose en víctimas de la falta de crítica, empezando por quienes estamos en el sistema educativo.

Hoy en nuestro país, en Aragón, ya tenemos un IES Fahrenheit 451 y alguno más en ciernes impulsados por la administración educativa. Obligando a las familias a pagar artilugios, licencias, gastos de conexión, etc. en nombre del progreso acrítico. Y esto tras votación del claustro correspondiente, que por mayoría impone una digitalización radical e intensiva de su modelo educativo. Es fácil imaginar que pronto se suprimirán bibliotecas. Las salas de lectura se convertirá en salas de ordenadores. Los archivo se destinarán a salas de usos múltiples. ¿Y con los libros? Tres opciones en manos de cada dirección. La primera, hacer una hoguera para celebrar la superación del viejo mundo. La segunda, más comprometida con el cambio climático, guillotinarlos y llevarlos a la planta de reciclaje de papel. La tercera, regalarlos. No se sabe si a las familias de la comunidad educativa o a cualquiera que pase por ahí.

Pero ¿y los efectos no previstos? Si los libros en papel siguen existiendo, pueden convertirse en un objeto de culto, solo para unos pocos, que alimentará la distinción frente a la digitalización por la que han apostado. Lo más probable es que ardan en la pira. Servirá para ensalzar el buen nombre del instituto. Quizá deberían preguntarse si es una buena decisión. Pero no ha lugar. Han aceptado el cambio de paradigma de una manera dogmática, sin considerar los efectos colaterales de la digitalización y sin tener planes de contingencia. El reto es usar crítica y conscientemente los soportes, sea en papel o digital, pero sobre todo pensando lo que se hace, por favor.

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