Por
  • Carlos Laliena Corbera

La historia de Aragón y sus problemas

Recreacion historica medieval en el castillo de Peracense.
Recreación histórica medieval en el castillo de Peracense.
Antonio Garcia/Bykofoto

Desde hace ya tiempo, diversos medios de comunicación aragoneses participan de la creencia, que contribuyen a divulgar, de que en los ámbitos culturales catalanes se falsea la historia de la Corona de Aragón y, por extensión, la del propio reino. No debería ser necesario decir que la historia no puede ser falseada y que lo que puede ser falso son las interpretaciones intencionadas de los historiadores o, más bien, de quienes abordan temas históricos sin la más mínima formación o conocimientos. En este sentido, no es necesario insistir en que expresiones como ‘corona catalanoaragonesa’ o los distintos numerales de algunos de los reyes de Aragón son convenciones que utilizan los medievalistas, como tantas otras, por razones expositivas, y que no tiene mucho sentido cargar las tintas sobre estos usos, salvo que queramos crear agravios donde no los hay, donde son menores o donde deberíamos considerarlos insignificantes.

Si estos fueran los problemas que afectan a la historia de Aragón, estaríamos de suerte, porque, en realidad, padecemos otros muchos y más graves que, sin embargo, nunca o casi nunca son dados a conocer al gran público. El que me parece fundamental es la pérdida del talento y la excelencia de los jóvenes investigadores, que se dilapida en contratos precarios hasta que quienes padecen esta larga e incierta carrera deciden abandonarla. En cualquiera de las ramas de historia, nunca como ahora ha habido tantos jóvenes doctores con una formación espléndida que no encuentran sitio en una Universidad envejecida y que les ofrece pocas oportunidades. Y sin historiadores profesionales no habrá buena historia, ni de esta tierra ni de ninguna otra.

En segundo lugar, resulta descorazonador el escasísimo eco que los medios de comunicación ofrecen para la difusión de los ingentes logros sobre la historia de Aragón que acumulamos en los últimos treinta años. En lo que concierne al periodo medieval –donde se concentra mucho del resquemor citado–, es desolador que se siga fijando toda la atención del público en los reyes antiguos –los Ramiro, Sancho Ramírez y demás–, mal explicados, por otra parte, y se ignore todo lo que vino después: el ingente crecimiento agrario que recorre los siglos XII y XIII y modeló los paisajes y pueblos actuales; la construcción de un estado feudal dotado de medios administrativos eficientes; la impregnación de una cultura política y jurídica mediterránea; la recuperación tras las guerras y pestes a partir de 1380, que condujo a un desarrollo económico que conectaba comercialmente Aragón con el resto de Europa, desde Alemania a Italia; la creatividad de las instituciones políticas, paralela a la del resto de los estados de la Corona; la radiante riqueza de un arte gótico que responde, entre otras cosas, a unos niveles de vida de las poblaciones aragonesas solo inferiores a los de las italianas; y la vitalidad de los grupos sociales inferiores, capaces de sobreponerse a enormes dificultades y de hacer oír sus voces quejosas ante el poder.

Olvidar todo aquello que convierte la Edad Media en un periodo apasionante para fijarnos exclusivamente en cuestiones como las citadas y aludir como se suele hacer en los medios genéricamente a los historiadores catalanes –la mayoría de ellos, excelentes profesionales que en absoluto pretenden hacer de menos a Aragón–, indica una falta de autoestima que deriva en un nacionalismo de agravios que, en el fondo, no oculta el desinterés por la cultura propia, la falta de iniciativas y el sentimiento de inferioridad. La historia nos proporciona importantes herramientas para conocer el pasado, entender los procesos sociales y mejorar el presente a partir de esas experiencias, pero nunca debe ser usada como arma arrojadiza.

No hay razones para que tenga que seguir siendo así. Las instituciones aragonesas cuentan con recursos para potenciar el conocimiento de una historia de Aragón que no es mejor ni peor que otras, es diferente y, eso sí, rica e interesante. Dejar atrás las quejas por los numerales de los reyes y prestar atención a cuanto se ha señalado y también a la enorme importancia de la historia moderna y contemporánea aragonesa debería curarnos de este nacionalismo provinciano.

Carlos Laliena Corbera es catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza

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