De la ignorancia

Acto de apertura del curso universitario.
Acto de apertura del curso universitario.
Guillermo Mestre

En la universidad nos pagan por saber y por hacer saber. Tenemos la obligación de conocer aquello que explicamos en clase e investigamos en los laboratorios, pero también asegurarnos de que transmitimos el conocimiento correctamente a nuestros alumnos. Aunque obvio, no siempre es cierto.

En tiempos revueltos, ser capaz de ubicarse dentro del mundo de la sabiduría es imprescindible. Temo a la ignorancia, ya que es el camino más fácil hacia el error. Antes de continuar, quiero explicar lo que entiendo, mi interpretación, por ignorancia. El ignorante se distingue del iletrado o del desconocedor por dos características. La primera es que todo el que rodea al ignorante sabe que lo es, pues su falta de saber es palmaria y no se puede disimular. La segunda característica es que él no sabe que lo es. Esto le lleva a niveles de temeridad que refuerzan el primer atributo, pues cualquiera se percata de su desconocimiento. Sócrates nos dejó su famosa frase "solo sé que no sé nada", que es el mejor aforismo que se ha dicho sobre esto.

Nuestras sociedades son cada vez más complejas y requieren un enfoque multidisciplinar, tanto en el planteamiento como en el sentido de la solución propuesta. Pero también hay que tener en cuenta que el tiempo, también en el mundo del conocimiento, se ha convertido en una variable básica de la ecuación. Hay que hacer algo, bien y con el máximo de utilidad, en el menor tiempo posible. 

La universidad tiene la obligación de formar a las nuevas generaciones. Esta idea de máxima utilidad con el mínimo recurso temporal debe ser considerada para que no erremos en nuestro cometido. España necesita, como estamos viendo en esta recaída económica, mejorar el tejido social pero, como algo dinámico que es, la mejor regeneración pasa siempre porque lo nuevo que ha de sustituir a lo anterior sea mejor. No se puede restaurar un edificio si solo usamos las mismas vigas viejas que recuperamos de entre los escombros. Las generaciones nuevas tienen que estar alineadas con su tiempo, y esto exige que los enseñantes también lo estemos. El país debe ser consciente de sus propias necesidades, que en nuestro caso se traducen en titulados universitarios; pero, en mi opinión, no tenemos clara la fotografía de la nación a la que debemos servir. Nos consumimos en debates sobre la profundidad de los conocimientos que deben alcanzar los alumnos; en buscar una valoración cuantitativa para posicionarnos en baremos como si estuviéramos en un concurso televisivo; en aceptar sin crítica que la expansión cuantitativa de nuestras instituciones es un objetivo en sí misma; en buscar una excelencia que pocos entienden y menos tienen, etc. Sigo sin ver ni conocer auténticas iniciativas orientadas a profundizar en saber las necesidades de hoy y de mañana. A analizar dónde estamos y con quién. Continúo sintiendo que cooperar en el análisis, aceptar la crítica a lo propio y buscar soluciones realmente participativas es muy poco frecuente. La tendencia al aislamiento y a la defensa numantina de nuestras áreas de poder es excesiva. Ante esto último, es frecuente escuchar la crítica fácil de decir que todos buscamos nuestras áreas de confort, pero la realidad es que pocos quieren compartir realmente su dominio sobre las cosas.

Si no hacemos nada desde todas las instituciones por cambiar el conocimiento y la sabiduría general del país, cada vez que venga un pequeño parón económico lo sentiremos como una crisis y no sabremos aprovecharnos de las situaciones de bonanza para recuperarnos. Nuestros profesionales, universitarios o de otro nivel educativo, seguirán teniendo carencias y nuestro tejido productivo no será capaz de absorber de forma digna todos los recursos humanos disponibles. No podemos aceptar ser un país solo de turismo barato cuando tenemos tanto por desarrollar delante de nosotros. Si desde la universidad no lo entendemos así, y pidiéndole disculpas a Sócrates por anticipado, solo podremos decir que "ni sabemos que no sabemos nada". Pura ignorancia.

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Zaragoza

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