Llamadme como queráis

Niños de primaria en un colegio aragonés.
Niños de primaria en un colegio aragonés.
Heraldo.es

El padre solía ir a buscar al hijo con cara de cansancio, consciente de que, cumplida la jornada laboral, aún le quedaba por delante una larga sesión parental. Aquella tarde, en cambio, parecía uno de esos tipos ganadores que salen en los anuncios de las casas de apuestas. El hombre, empático con la derrota de quienes nos acercábamos para darle la enhorabuena, intentaba en vano ocultar la complacencia que sentía. En sintonía con los tiempos que vivimos, toda esa felicidad tenía un trasfondo electoral.

Aquel padre estaba exultante porque su hijo había sido elegido representante de su clase, en segundo de primaria, con cinco votos de los veinticuatro posibles. La cifra es modesta, pero el escalón inmediatamente inferior, el que pisaba mi hijo, estaba a tres sufragios de distancia. Un abismo. Eso sí, mi chico no se votó a sí mismo, algo de lo que probablemente no todo el mundo pueda jactarse sin faltar a la verdad. De todas formas, a fin de inculcarle a mi hijo los valores de la democracia, le conminé a felicitar al triunfador, como si no sintiera el menor rencor, y le aconsejé que consolidara una buena relación con él.

Para dar ejemplo, en un gesto de respeto debido, le pregunté a aquel papá si aún se le podía tutear y llamar por su nombre de pila, o si, como yo suponía, en adelante procedía tratarlo de usted y de don, conforme a su dignidad de progenitor de representante escolar. Tras meditar un instante, respondió que él no era partidario de formalismos, pero tampoco quería generar incomodidad en nadie. 'Oye, lo que mejor os venga, llamadme como queráis', sentenció don Luis.

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