¡Feliz cumpleaños!

Un niño bangladeshí trabajando en un taller de Dacca.
Un niño bangladeshí trabajando en un taller de Dacca.
Efe

Durante este mes de noviembre celebramos el trigésimo aniversario de dos acontecimientos fundamentales en la historia reciente del mundo. El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín que, durante sus 28 años de existencia, se convirtió en símbolo de la Guerra Fría y de las irreconciliables diferencias entre bloques. Tan solo unos pocos días después, el 20 de noviembre de ese mismo año, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobaba la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). A través de sus 54 artículos, recopilaba derechos sociales, económicos, políticos, culturales y civiles para todos los niños y niñas del mundo, convirtiéndolos, por primera vez en la historia de la humanidad, en ciudadanos sujetos de derecho.

La CDN llegó en un momento en el que las condiciones de vida de la infancia en muchos países eran ciertamente dramáticas. En 1990 la mortalidad de niños menores de 5 años era del 93,2‰, de manera que cada día 35.000 niños y niñas fallecían por causas evitables. A las hambrunas recurrentes en el continente africano se les unían otros condicionantes, como por ejemplo la inexistencia de políticas de vacunación suficientes en numerosos países, lo que hacía que cada día falleciesen 1.000 niños y niñas por enfermedades como la polio, prácticamente desaparecida en la actualidad, o que se produjesen dos millones de muertes por el sarampión.

El impulso dado a la CDN por los gobiernos de los 195 países que la han ratificado, junto con el trabajo incansable de organizaciones internacionales como Unicef, han permitido que muchas de las cifras que en 1989 resultaran intolerables se hayan reducido en gran medida. Sin embargo, y tal y como explicaba recientemente Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, quedan muchas cosas por hacer. Todavía hoy mueren diariamente 15.000 niños y niñas por enfermedades fácilmente tratables, como una diarrea. Decenas de miles de niños siguen siendo utilizados como soldados en conflictos bélicos, mientras que todavía 152 millones de niños y niñas son víctimas del trabajo infantil.

A todo ello se suman los grandes riesgos que afronta la infancia en nuestro tiempo. El cambio climático es uno especialmente importante: 500 millones de niños crecen en entornos en los que se producen inundaciones de forma recurrente; y 160 millones lo hacen en regiones con permanentes sequías.

Pero no todos los problemas son exclusivos de los países en desarrollo: en los últimos años se ha registrado un aumento casi exponencial de los desórdenes psicológicos y mentales entre los menores de 18 años, de manera que en la actualidad se producen alrededor de 65.000 suicidios de niños en el mundo, haciendo que esta sea ya la tercera causa de fallecimiento entre los adolescentes de entre 15 y 19 años.

El desarrollo tecnológico ha hecho que vivamos en una sociedad fuertemente tecnificada en la que muchos de los empleos del futuro tendrán que ver con el desarrollo de capacidades específicas que han de ser impulsadas desde la familia y la escuela. Las crecientes desigualdades y las diferencias a las que se enfrentan dos recién nacidos por el mero hecho de nacer en estratos sociales diferentes suponen un riesgo para millones de niños que quedan fuera del sistema y no pueden desarrollar sus potencialidades, lo que supone un drama para ellos, pero también una grave pérdida de capital humano.

Del mismo modo, el alarmante aumento de las ‘fake news’ o de la manipulación de las noticias en la Red hace que las nuevas generaciones queden expuestas a una continua manipulación que les dificultará saber en qué y en quién confiar a la hora de formar opiniones y tomar sus propias decisiones.

Como podemos ver, nuestros niños y jóvenes siguen necesitando de la protección y la vigilancia que nuestras sociedades les puedan proporcionar. La vigencia de la Convención sobre los Derechos del Niño es mayor que nunca y, aunque los avances realizados en estos últimos treinta años han sido impresionantes, es fundamental que gobiernos, instituciones públicas y privadas, empresas, familias y, en definitiva, todos nosotros como adultos tengamos claro que no hay nada más importante para asegurar el mundo en el futuro que cuidar a los niñas y niñas del presente.

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