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  • Pilar Encuentra

Del ‘no es no’ al ‘sí o sí’

El presidente del Gobierno en funciones, durante el pleno del Congreso.
El presidente del Gobierno en funciones.
Fernando Villar / Efe

Podría haber dicho: "No. Rotundamente, no". Pero no lo dijo así. Cuando en 2016, Mariano Rajoy propuso a los diputados del PSOE que le permitieran gobernar mediante la abstención o que formaran junto a los suyos una gran coalición para facilitar la recuperación de una España en grave crisis económica, Pedro Sánchez le contestó que no. Como el entonces candidato del PP insistía, convencido de que no eran tantas las diferencias en lo fundamental entre el PSOE y el PP, Sánchez le respondió con esa frase a la que ya siempre quedará vinculado: "No es no". Y aún añadió: "¿Qué parte del ‘no’ no ha entendido?".

Esta sucesión de palabras se ha convertido en icónica. Y no es casualidad. En su literalidad, revela que las palabras ya no se utilizan para transmitir y contrastar ideas en busca del bien común y la verdad. Una catástrofe para las democracias, que se caracterizan por cambiar la pobreza de la fuerza bruta por la riqueza de la palabra. Los parlamentos han sustituido a las trincheras. Son los templos de este nuevo régimen que aspira a gobernarse a través de normas que deben responder a la voluntad mayoritaria de ciudadanos bien formados e informados. Un avance emocionante. ¡La civilización!

Miquel Iceta, portavoz del PSC en el Parlament de Cataluña, que hoy se ha convertido en uno de los protagonistas de nuestro destino común porque tendrá que tratar de convencer a Esquerra Republicana de que permita el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias si no quiere que venga el lobo, acertó en el tono de una reciente intervención. Hay que elogiarlo un poco porque hace ya tiempo que estamos en sus manos. En el pleno de la moción de censura de Ciudadanos contra Torra, que el PSC no apoyó, respondió al intento de autodefensa del presidente de la Generalitat censurado con la fórmula adecuada: desenredar el enredo nudo a nudo. Torra acababa de justificar la insumisión del independentismo diciendo que no hay obligación de obedecer "leyes injustas". "¿Y quién decide cuáles son las leyes justas?", le respondió Iceta desde la tribuna; "¿usted?, ¿yo?, ¿su grupo?, ¿el mío?, ¿esta Cámara?, ¿el Congreso de los Diputados?, ¿el Tribunal Supremo?, ¿el de Estrasburgo?" No hubo respuesta. El debate independentista consiste en repetir y repetir las mismas frases engañosas que empezaron con "la inmersión lingüística es un modelo de éxito" y ahora están en el "votar no es delito" o "nuestros líderes están encarcelados por sus ideas". Si alguien matiza, rebate o incluso contrapone hechos, no hay más respuesta que una nueva repetición.

La crisis de la democracia desvela una crisis de la palabra. O sea, de las ideas. Nos hemos empobrecido demasiado y el nivel ya no alcanza ni el mínimo imprescindible. Por eso estamos en el momento de los cortes de carretera y las barricadas que incendian de noche las calles de las ciudades que apestan de día. Imagino las bolsas de basura desparramadas tras la fachada modernista de la casa Batlló. Una involución que nos está enterrando en ese punto. La fórmula del diálogo es una mentira que no se cree ninguno de los actores. La proponen solo porque suena bien, y para ganar tiempo. Con los secesionistas catalanes no es posible el diálogo. Saben que los argumentos racionales de la democracia les llevan a la derrota y han decidido jugar a otro juego. Lo peor es que a ese juego lo llaman democracia. "Más democracia", dicen. Es un horror.

Y ahora esa peste corre el riesgo de extenderse a toda España, porque aunque el discurso del presidente del gobierno en funciones ha ido virando según dónde se encontrara la franja de votantes que iba intentando captar, lo importante no es lo que dice sino cómo lo dice. Su nivel. Y pese a que el mensaje parezca contrapuesto, entre aquel ‘no es no’ y el reciente ‘sí o sí’ que soltó en la noche electoral para garantizar que habría ‘gobierno progresista’, no hay diferencia. Estamos en el subsuelo. Y tan abajo el aire resulta irrespirable.

En España, falta altura de miras. Perspectiva. Miren el arco del resultado electoral y midan la franja que representa a la izquierda radical o a los independentistas. ¿Les damos las llaves de casa a ellos? ¿Un gobierno de izquierdas que cede las riendas a la radicalidad y a los secesionistas es lo que han pedido los españoles? Para interpretar bien ese gráfico no se puede ser corto de vista. La única solución para responder con fidelidad a lo que han dicho de verdad los españoles es un acuerdo entre los partidos más representativos para emprender grandes pactos que enmienden viejos errores. El principal, el educativo. Con un objetivo único: la calidad intelectual y moral de los jóvenes que nos dé al menos la esperanza de que, aunque tengamos que esperar décadas, podamos llegar a tener gobernantes con capacidad.

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