Director de HERALDO DE ARAGÓN

Cambio de postura

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, este martes, durante la firma del acuerdo.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, este pasado martes, durante la firma del acuerdo.
EFE / Paco Campos

Sin ninguna presión ni reparo a cambiar radicalmente de opinión, alejado de la explicación y de la didáctica que siempre deben acompañar a la política, un gobernante puede hacer lo que le venga en gana. No hay problema. Poco importa si se le hurta al ciudadano algo tan básico como es la certidumbre, un valor sobre el que se fija el voto y se asienta la democracia. Desde el PSOE se diseñó una estrategia de repetición electoral –de resultado fallido– que el pasado martes fue velozmente enmendada con el acuerdo de Unidas Podemos (UP). De un pacto entre formaciones que había sido calificado como imposible, desavenencia que conviene recordar se encuentra en el origen de la última convocatoria electoral, se pasó, sin aclaración alguna en un primer momento, a un genérico documento que alumbró un televisado abrazo con Pablo Iglesias que volteaba el discurso de Sánchez. Para lograr lo que políticamente se había rechazado semanas atrás se utilizó en beneficio de un proyecto político personal una convocatoria electoral. Un hecho serio que refleja la ambición del líder de los socialistas y que deja a los españoles desorientados y a muchos votantes del PSOE huérfanos ante un giro que ignora las razones que impedían a Sánchez conciliar el sueño antes de las elecciones. Ayer, urgido por la consulta que se lanzará a la militancia el próximo día 23 para ratificar el acuerdo, las bases conocían por carta la que era la primera explicación de este cambio de postura, ahora apoyado en un pacto definido como imprescindible «a la vista del resultado electoral». De la noche a la mañana el camino quedaba allanado y el bloqueo superado tras asumir que unas nuevas elecciones solo implicarían un seguro castigo en votos, en especial tras descubrir que el batacazo de Ciudadanos no ha mejorado los resultados del PSOE.

Atribuyendo a Pablo Iglesias la responsabilidad del fracaso negociador, el presidente en funciones pensó que las elecciones mejorarían sus resultados de abril. Lejos de ser así, el domingo los dos partidos recortaban su suma en diez diputados. Sin perder un instante ni tampoco dedicar un mínimo esfuerzo al contacto con otras formaciones, Moncloa se ponía a trabajar para cerrar un acuerdo que frenaba la posibilidad de una investidura gracias a una ‘abstención patriótica’ del PP. Sánchez se alejaba del centro, estéticamente huérfano tras el derrumbe de Ciudadanos, y optaba por hacer aquello que, precisamente, dijo a sus votantes que no entraba en sus planes: pactar con Iglesias. Volvió a imponerse la política del egoísmo, la del sálveme yo primero, y se tiraba por tierra la oportunidad de tantear la vía de la estabilidad parlamentaria con la ayuda de las dos formaciones mayoritarias, imprescindible para acometer las muchas reformas pendientes.

Entre los análisis políticos de estos días se ha venido dando solidez a la idea de que un buen resultado de Vox limitaba la capacidad de aproximación del PP al PSOE. Es decir, si Pablo Casado, que la noche electoral tendió y recogió en una misma intervención la mano a los socialistas, ofrecía un acuerdo para garantizar la investidura y la legislatura, aunque fuera por un periodo de tiempo más corto de lo habitual, no estaría sino cediendo todo el espacio de la oposición a la extrema derecha. Este análisis, en cualquier caso, también tiene su contrario, que no es otro que el que hace mención a la oportunidad de construir un nuevo liderazgo para Pablo Casado tras el 10-N. Después de haber abandonado una postura política más dura, alejada del ser natural de los populares y rayana en ocasiones con Vox, Casado ha pasado de 66 a 89 escaños, confirmando que desde la moderación el PP puede resultar más reconocible para los votantes.

El problema del cambio de rumbo de Sánchez, carente de la obligada explicación que debe a los ciudadanos, no solo a su militancia, reside en la desconfianza que despierta el sanchismo, en especial cuando se explora un acuerdo con los independentistas. Si su naturaleza de superviviente le llevó a desafiar a su partido para alcanzar la Moncloa, ¿qué nuevos giros adoptará sin previo aviso ahora que necesita un acuerdo?

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