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Sin función

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este lunes en la sede del partido, en Madrid, en la que ha anunciado su dimisión
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este pasado lunes en la sede del partido, en Madrid, en la que ha anunciado su dimisión
EFE/Rodrígo Jiménez

No es un problema de obsolescencia programada ni de fatiga de materiales. Es mucho más sencillo: ha dejado de cumplir la función para la que supuestamente fue diseñado. Ciudadanos nació en Cataluña como muro de contención del nacionalismo catalán y en España, bajo un dibujo liberal, para apropiarse publicitariamente del centro político y etiquetarse como bisagra entre el PSOE y el PP. De estética renovadora y discurso transversal se empeñó en decir aquello que dictaba el sentido común, construyendo un partido engoladamente presidencialista plagado de fichajes, pero con exceso de ambición.

Beneficiado por la fatiga del bipartidismo, fueron muchos los que creyeron que Ciudadanos era aquello que predicaba: un centro ideológico renovador. Entre ellos Manuel Valls, que como otros tantos descubrió con rapidez que el envoltorio no se correspondía con el contenido y que la carrera por el poder, por disfrutar del sabor de la Moncloa, había terminado por apoderarse de los mandos.

Inclinado a la derecha, llegaron los comicios de abril y, tras el no a Pedro Sánchez, una repetición electoral que el domingo dejó el proyecto de Ciudadanos reducido a 10 diputados. Culpabilizado por los electores por su negativa a formar gobierno con el PSOE, por renunciar, precisamente, a aquello para lo que había sido ideado, Albert Rivera y su partido terminaron apartados como una pieza inservible, sin haber sabido leer dónde se encontraba el momento y la oportunidad.

Rivera se marcha y con él se agota una parte de Ciudadanos y de la historia de un partido que, a tenor de los resultados, no deja demasiados huérfanos. Su hueco, por el que a partir de ahora solo pelearán en clave de supervivencia los cargos institucionales repartidos por ayuntamientos y comunidades autónomas, corre el riesgo de olvidarse rápidamente, perdido entre la maleza del bipartismo y el ruido de Vox. Igual que UPyD.

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