Vote a sabiendas

Los españoles acuden a las urnas a votar en las Elecciones Generales
Los españoles acuden a las urnas a votar en las Elecciones Generales
Agencias

Arnaldo Otegi Mondragón, militante en dos versiones de ETA, es contaminante. Es tóxico por lo que simboliza. En sí, él no es nada. Su vida es oscura, aun medida con la tétrica vara del terrorismo vasco: no es Pertur, Ternera, Txapote o Parot. Otegi es solo el puesto que ocupa. Cuando voces aledañas (Erkoreka, del PNV; Iglesias, de Podemos; Mendía, del PSE; Tardà, de ERC, su telonero de mitin) brindan con él o lo llaman ‘hombre de paz’, conviene mirar más de cerca al enaltecedor, cómplice y encubridor de etarras. Maite Pagazaurtundúa ha dicho, a voz en cuello: "No sois antifascistas, sois matones ‘abertzales’. ¿Por qué nos llamáis fascistas? Otegi nos llama así porque quiere justificar su pasado. Y esa es la desgracia de este país: queréis justificar lo que no tiene justificación". Así afrontó una bronca callejera en Rentería, escenario de su infancia y fuente de pena a causa de "haber perdido a mucha gente que he querido, por vuestra mentalidad excluyente y asesina". Palabras exactas.

Fernando Savater, otro gran detector de venenos, acaba de decir, con sorna típica, que, "comparado con Otegi, Abascal es Thomas Jefferson". El sucesor de Arzalluz, Andoni Orduzar, habla del ambiente ‘nauseabundo’ de Madrid y Savater le espeta que "el partido más nauseabundo de todos es el PNV", por la lista infinita de sus connivencias y silencios oportunistas que ha convertido a miles de vascos que "no quieren líos" en cómplices por omisión de sujetos como Otegi.

El terror como política

El terror como método político nace en la fase de la Revolución Francesa así denominada: ‘La Terreur’, con mayúscula, desarrollada básicamente en 1793 y 1794: decenas de miles de muertos, en presidio, en la guillotina o por otros métodos, a causa de sus ideas, a menudo republicanas. Cayeron Condorcet, Danton, La Rochefoucauld, Brissot, D´Églantine, Lavoisier –padre de la química moderna–, Chénier y un sinfín más. El Terror se justificó por ejercerse en defensa de la Constitución: al revés que hoy.

El terror actual -sea etarra o yihadista- tiene, a su vez, poco que ver con el típico de las ramas violentas del anarquismo o el de las insurgencias anticoloniales de los años cincuenta y sesenta: ¿quién sabe ya del Mau-mau kikuyu en Kenia; del FLN de Ben Bella y de su contraparte francesa, la OAS? El terrorismo es multiforme, no es posible definirlo con validez general. Han de ser las leyes, ‘hic et nunc’, las que determinen y precisen los tipos penales y los vayan adaptando a la realidad.

El deslizamiento de las palabras debe ser siempre objeto de vigilancia. El islam terrorista llama ‘muyahidin’ (plural derivado de ‘yihad’, esfuerzo) a sus activistas, pero la palabra comparte espacio semántico con ‘mártires’, que son víctimas en el mismo sentido que da a la palabra el cristianismo. Es un error traducir ‘muyahid’ por mártir: eso contamina el pensamiento, como lo hace calificar a un sujeto como Otegi de ‘hombre de paz’, prescindiendo de toda circunstancia que, en su biografía política, pueda estorbar esa definición.

En 2017, dos artistas (?) daneses, ella y él, cuyo nombre omito, diseñaron en el Kreuzberg berlinés un ‘Museo de los Mártires’. Aparecían allí Sócrates y Martin Luther King en compañía de Mohamed Atta (el cabecilla de la destrucción de las Torres Gemelas en 2001) y Omar Mostefai (uno de los tres asesinos de noventa parisinos en 2015). El pretexto era fútil: a todos los había llamado alguien mártires, luego podían yuxtaponerse. No les importó que Sócrates y King no mataran en pro de su causa, ni infamarlos con tal vejamen.

Quien estrecha la mano de Otegi se califica. No mató más porque no pudo; renunció a matar solo cuando el asesinato probó ser una mala inversión para su causa fanática y excluyente. Justificar lo que Otegi representa asimila al verdugo retirado con sus muertos a partir de una lógica infantiloide como la de los estúpidos daneses: lo que para unos es terrorismo, para otros es resistencia. Y ya está. Ese relativismo simplón, empero, tiene no pocos adeptos, también en Navarra (han bendecido a Chivite), en Cataluña e incluso en Aragón. Escrute el escenario y no les vote, están contaminados. Son tóxicos.

Definir el terrorismo de modo universalmente aceptable es imposible. Pero calificar a Otegi como lo que es no encierra dificultad: un torvo sujeto que contamina moral y políticamente. Nunca ha aclarado si el fin –la ensoñación de quebrar España y Francia para crear una Euskadi ‘revolucionaria y socialista’– justifica los medios que él y los suyos emplearon durante decenios, hasta que lo consideraron un mal negocio político... y publicitario.

Sugerencias comiciales

Si Otegi llama fascista a alguien, respete a ese alguien.

Si sabe que el político Fulano mintió una vez, asuma que lo ha hecho en más ocasiones sin que usted se percatara y que volverá a hacerlo. Es práctica incurable.

Y, en fin, si no tiene claro a quién votar, acaso le convenga pensar en la papeleta más molesta para la candidatura que de veras detesta a fondo. Es un sucedáneo, pero menos es nada.

Vote. Y vote a sabiendas.

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