¿Uesca vs. Huesca?

Los carteles ya han comenzado a retirarse
Cartel retirado.
Isabel García Macías

La ‘Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial’ se aprobó por la Conferencia General de la Unesco en París el 17 de octubre del año 2003. Fue resultado de años de trabajo previo. Uno de los hitos fue el Programa de Obras Maestras de Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad de 1999. Esta Convención entró en vigor el 20 de abril del año 2006. Desde entonces ha sido y es un instrumento internacional clave de las políticas públicas en este campo.

Ahí se estableció el concepto de ‘patrimonio cultural inmaterial’, es decir, "los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes– que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana".

España es uno de los ‘estados parte’ firmantes de esta convención. Esto quiere decir que nos obligamos a poner en marcha "las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, comprendidas la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión –básicamente a través de la enseñanza formal y no formal– y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspectos". Lo cual casa perfectamente con la legislación de nuestro país, de Aragón, tal como anticipaba la Ley 3/1999 del Patrimonio Cultural Aragonés. Además, también está alineada con el Preámbulo de la Constitución de 1978 cuando se proclama la voluntad de "proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones" y con el artículo 3.3: "La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección". E incluso con el artículo 7, "Lenguas y modalidades lingüísticas propias" del Estatuto de Aragón (Ley Orgánica 5/2007). Pero este no es el lugar para seguir relatando las normas vigentes. Ni para entrar en los detalles que supuso la ratificación en 2001 en tiempos de Aznar de la ‘Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias, hecha en Estrasburgo el 5 de noviembre de 1992’. Nada de eso sería necesario recordar si en Aragón nos tomásemos más en serio el aragonés como lengua propia de nuestro país. Pues, además de cumplir las leyes, necesitamos dar otro paso.

Arrancar los carteles de ‘Uesca’ es un síntoma de la situación en la que estamos. Tenemos un tesoro y lo estamos malmetiendo. Es un patrimonio que nos dejaron nuestros mayores y no vamos a ser capaces de transmitirlo a las generaciones venideras. Aquí se trata de cuidar algo tan singular como la lengua aragonesa. Defender el aragonés no es una tarea de unos pocos, ni una propiedad de unos partidos políticos. Al contrario, es un patrimonio cultural inmaterial que nos interesa cuidar, proteger y promover a todos los aragoneses y aragonesas. Incluso a quienes nunca han querido reconocer la existencia de nuestro idioma o quienes tienen un rechazo visceral ‘cuan leyen o sienten a parola bienvenius’. El aragonés no es un ‘charrar basto d’a chen d’os lugars’, de la gente de los pueblos. Se ha hecho urbanita y tiene un lista de cosas por hacer, especialmente al interior de la comunidad de hablantes. Tenemos que ser capaces de sumar fuerzas y superar los retos que están claramente identificados. Somos parte de una lengua minoritaria y minorizada que no pretende imponer nada a nadie, pero sí reclama su sitio. Un espacio social que se ha ido transformando a medida que se vaciaba y nos vaciaban el país. En los lugares donde no vive nadie, tampoco se escuchan las voces que allí habitaban. Igual que hay que pelear contra la despoblación, necesitamos consensos políticos que permitan cuidar el tesoro que todavía tenemos. Por cierto, algo que va más allá de los carteles.

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