Por
  • José María Gimeno Feliu

Inmovilismo universitario

La universidad debe conocer sus fortalezas y sus debilidades.
La universidad debe conocer sus fortalezas y sus debilidades.
Guillermo Mestre

En la brillante lección académica impartida por nuestro ilustre científico Luis Oro con motivo de la festividad de San Braulio en 2013 (titulada ‘La investigación española en la encrucijada’) se reflexionó sobre los cambios necesarios de la investigación y de la universidad en España, y advirtió como principal problema el tradicional inmovilismo de las propias estructuras universitarias, muy resistentes al cambio, recordando una frase muy ilustrativa: "En los cambios en las universidades pasa como en los cementerios, nunca pienses en la colaboración de los que se encuentran dentro".

Comparto parte de esta reflexión. La universidad española, con toda su potencialidad, mantiene todavía tics de épocas anteriores que cuesta superar. Así, la idea de que los cambios no son buenos, vinculada a cierta autocomplacencia, impide abordar los verdaderos problemas y retos de la universidad en el siglo XXI en un contexto de globalización, del ‘big data’, de transformaciones rápidas y profundas en todos los ámbitos.

La universidad es, por vocación, cambio y compromiso con la mejora. Supone liderazgo institucional para construir una sociedad mejor. La universidad es y debe ser un proyecto de consenso, compartido, con roles bien definidos, que aúne la tradición con la vanguardia del conocimiento. Y para ello toda institución universitaria, como de forma valiente acaba de realizarse por la Universidad de Zaragoza en el proyecto ‘Conocer y reflexionar para llegar más lejos’ (un ejemplo práctico de lo que es una política de prospectiva y estrategia), debe conocerse, saber cómo nos vemos dentro y fuera, para, desde la comprensión de quienes somos, con nuestras fortalezas y debilidades, asumir el necesario proceso de cambio en un objetivo de perfeccionamiento, de excelencia y de adaptación a lo que demanda la sociedad. 

Este es el camino, y no otro, aunque lo que oigamos no nos resulte cómodo o agradable. La universidad del presente y del futuro (hay que saber mirar lejos y más allá de nuestro reducido mundo académico) debe estar abierta a los cambios. A modificar pautas o estrategias que han devenido ineficaces, a corregir las disfunciones que existen (por encima de un mal entendido corporativismo que justifica el dejar las cosas como están), a impulsar y liderar nuevos proyectos interdisciplinares que son demandados por una sociedad cada vez más exigente, a ser referente y ejemplo en sus actuaciones y comportamientos (que mal ejemplo, la tolerancia con ciertas prácticas en realización de másteres o tesis doctorales, que suponen un descrédito inaceptable). Todo ello exige convicción por parte de la comunidad universitaria (y actitud para superar cierta tendencia hacia el individualismo en lo personal y a la burocracia sin sentido en lo organizativo) de que la universidad, como proyecto de todos, obliga a estar en permanente tensión, a dar cada uno más allá de lo que resulta de la exigencia de los fríos números de encargos docentes, o reducciones, o resultados de rankings. 

En definitiva, la universidad es movimiento, lo que exige que todos (también las autoridades gobernantes que en muchas ocasiones favorecen la retórica del inmovilismo al no hacer de la universidad y la creación del conocimiento el principal eje de transformación) realicemos un esfuerzo por escuchar y ver, por asumir críticas y adoptar decisiones valientes ante escenarios cambiantes y ante dificultades de sostenibilidad financiera. Y, por supuesto, de liderazgo institucional y de dirección del gobierno universitario, para lo que la experiencia y el saber sumar consensos son imprescindibles. Solo así será posible una universidad abierta al cambio.

José María Gimeno Feliu es catedrático de Derecho administrativo de la Universidad de Zaragoza

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