Agua con cuentagotas

Suministro de agua de boca en teruel. foto Antonio Garcia. 02-09-10
La buena gestión del agua es un reto urgente de nuestra sociedad.
Antonio García / HERALDO

En estos momentos, el agua nos habla de sequía. Se hace visible en la falta del fluido que plantas y animales necesitan, en las dificultades que la gente encuentra para consumirla; pero también atronan los silencios, como la escasa preocupación manifestada ante el déficit hídrico que sufre todo el país. Mal asunto cuando en un tema social coinciden los desamparos de la naturaleza y de la gente. Los temas relacionados con su gestión tienen tal importancia social que deberían ser noticia destacada en los medios de comunicación; tampoco estaría de más que la Administración sintiese la necesidad de educar a los ciudadanos en su uso, con acciones formativas o con cuñas promocionales informando de la situación y pidiendo colaboración. Mal que nos pese, este artículo despliega cierto pesimismo o, si lo prefieren, una razonada negatividad y sentida preocupación, dado que en 2019 ha llovido un 25% menos que la media de los últimos treinta años. Se nos ha secado la esperanza, aun con el temporal del mes pasado.

Los datos del agua acumulada en los embalses alertan sobre lo que puede pasar, máxime si las demandas no dejan de crecer y se alejan cada vez más de las precipitaciones acumuladas en un año hidrológico, da igual la cuenca hidrográfica de la que hablemos. Lo que en tiempos pudo ser coyuntural -sequías más o menos prolongadas, algún año- ahora es estructural, y debería preocupar mucho. ¿Qué nos dirían los ríos si les preguntásemos? Hace tiempo que perdieron sus caudales ecológicos sanadores, esos que les dan vida y posibilitan la de plantas y animales; ahora apenas son charcos inundados de tóxicos varios. Además, cada vez los veranos, con más calor que evapora y menos lluvia, duran más.

Demasiada gente se despreocupa del asunto. Ya lloverá, se dicen, seguros de que los cielos tienen memoria y siempre acuden al auxilio de la gente. La verdad es que en todo tiempo ha habido sequías en España; será por eso que no se hace caso a los negros augurios que nos presentan los técnicos que saben y miden las precipitaciones en los organismos meteorológicos. Además, hay algo de sequía acuática en los circuitos de nuestros políticos, ocupados en batallas entre ellos para dilucidar quiénes lo hacen peor en otras cosas. Pero por si acaso les llega el sonido del agua: podemos estar a las puertas de una situación de emergencia. Desde aquí les invitamos a que empiecen a conjugar sequía con escasez. No es lo mismo, como alerta el Observatorio Nacional de la Sequía; gestionar la segunda es cosa nuestra.

Por otra parte, hay que subrayar que el agua tiene una dimensión intrínsecamente global, en percepción y uso. Si la vemos así, secará menos; si consideramos ese formato quizás gestionemos mejor lo que tenemos cerca. Pero no nos despistemos: el agua está en crisis por todo el mundo. En realidad la culpa es nuestra, pues no sabemos administrarla y darle la debida importancia, en determinados momentos, en muchos lugares. Tal es el desbarajuste que se sospecha que el agua estará en medio de riñas cercanas o lejanas. Algunas ya son evidentes entre productores (zonas de embalses, como Yesa o el Gállego) y usuarios diversos, entre ciudades y agricultores -los grandes consumidores del agua-, entre unos territorios y otros -los trasvases intercuencas en España o las disputas entre Etiopía y Egipto por el Nilo, que traerán conflictos-.

A veces el agua a cuentagotas se desdice con tormentas destructoras. Tanto, que el límite de la inseguridad se traspasa, avasallando barrancos y cauces, llevándose por delante propiedades e ilusiones. Del ‘nunca llueve a gusto de todos’ hemos pasado a ‘cuando llueve no satisface a nadie’. Ni por esas aprendemos. En bastantes lugares, apenas fluye agua porque la que baja por los ríos es tan poca y tan contaminada que da miedo usarla. Mucho nos tememos que tamaña incertidumbre no se arregla con silencio y resignación; ni con rogativas, como antaño. El tiempo y el clima no piensan en nosotros: nos han sumido en una emergencia colectiva. Por todos estos contratiempos, el buen manejo del agua y su gestión es una cuestión de Estado, una urgente encomienda compartida entre todos los partidos políticos y la sociedad que los sustenta. Porque, a pesar del paso de los años, el agua sigue siendo alegoría de vida, también de la fragilidad.

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