Por
  • Ana Alcolea

Doña Inés

Representación del Tenorio en el cementerio de Zaragoza.
Representación del Tenorio en el cementerio de Zaragoza.
Guillermo Mestre

Los tiempos del ‘Me too’ son malos para don Juan. Pocas simpatías le quedan a Tenorio, dentro y fuera del escenario. La obra de Zorrilla ha quedado relegada al ostracismo de la nocturnidad en algún que otro cementerio. En estas fechas en que mujeres siguen siendo asesinadas por sus parejas, me acuerdo de doña Inés, que muere de amor y abandono a causa de don Juan, asesino además de su padre. No obstante el desastre, la novicia hace un trato con Dios para poder salvar a don Juan: si este se arrepiente ambos irán al Paraíso, de lo contrario los dos pasarán sus respectivas eternidades en el infierno. Doña Inés se erige en salvadora del pecador. No es un ninguna novedad: desde antes del neoplatonismo, el papel del amor femenino era el de llevar por el buen camino al hombre, el de ‘salvarlo’ incluso de sí mismo. Muchos relatos y películas amados por las jóvenes repiten el esquema con un final feliz: chica enamorada de monstruo que se redime. Estoy pensando en ‘La bella y la bestia’, en ‘Crepúsculo’. Estas obras no hacen sino refrescar algo que las mujeres han llevado grabado en su código genético desde hace siglos: que su labor en el mundo es la redención de los hombres. Menos mal que nos queda la literatura de verdad que nos recuerda que quien se mete a redentor puede acabar crucificado: Zorrilla lo hizo con Inés. Dos siglos antes Shakespeare creó a Desdémona, y desde el principio sus versos explicaron que ella amó a Otelo por sus desgracias y él a ella por su piedad. Mal comienzo y peor final. 

Ana Alcolea es escritora

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