El límite

Primeras visitas al cemeterio de Torrero por Todos los Santos
Cementerio de Torrero
FRANCISCO JIMÉNEZ

Hoy termina el mes de octubre. Mañana, como marca nuestro calendario, vendrá el primero de noviembre, día de Todos los Santos, antesala de la celebración de los fieles difuntos. Dos días destacados del año, tanto por el puente festivo como por los rituales de la liturgia cristiana. Aquí se solapan el ocio y las vacaciones con el ancestral recuerdo a los muertos. Quien más quien menos tiene los suyos. Quien más quien menos tiene a alguien de quien acordarse y a quien recordar. Alguien que hacemos presente y volvemos a pasar por el corazón donde la memoria rescata y olvida según corresponda. Tanto si se comparte el Credo, como si no, son unos días reservados en la cadencia anual. Sea por 'Halloween', sea por el ‘día de muertos’ de los mexicanos o por la publicidad globalmente extendida, las estructuras socialmente instituidas nos traen a ‘la Innombrable’ para maquillar su presencia. Y esta, la muerte, pese a ser ubicua en telediarios, series de televisión e incontables películas, no es un tema del que se hable sin levantar ampollas. No se debe nombrar lo que es tabú.

Por eso recurrimos a un ritual social que, al mismo tiempo, también es un proceso intransferible donde se combinan las reglas socialmente establecidas, las convicciones colectivas y las personales. Ahí, en ese espacio simbólico construido y compartido –es decir, en eso que cada quien gestiona, en su intimidad, y lleva por dentro, en su conciencia–, se vuelve a comprobar que necesitamos recordar para saber que hemos vivido. Igual que necesitamos soñar para sentir que estamos vivos y que queremos seguir viviendo. Son sueños que, lejos de adormecer, despiertan la esperanza y la voluntad. Pero también tejen esa memoria compartida donde olvidamos lo que no queremos retener.

Cuanto más se sienten los recuerdos, más se aprecia y percibe ese volver a latir con aquello que se vivió. Incluso en el dolor y en el llanto que provoca la ausencia, se siente algo más grande e inabarcable. Quizá imaginado, quizá palpable. ¡Quién sabe! Cuando traigo aquí y ahora a las personas que he querido y quiero, las siento ahí, a mi lado. Pueden haber pasado años, décadas, vuelvo a revivir las emociones que llenan de energía mi cuerpo. La piel se pone de gallina, el vello se eriza y las ‘garrampas’ recorren el cuerpo. Esto es algo que cada quien vive con las ganas y explicaciones que le permite su colección de creencias. Esto también es un modo de reconocer que, cada cierto tiempo, la muerte se acerca a nuestras vidas. Y cuando lo hace, nos trae dolor y desgarro. Porque, si lo podemos contar, es que no ha sido nuestro turno. Se llevó a alguien a quien quería, a quien no quise nunca perder y a quien sustituiría para no pasar por este torno de quebranto. Ese día rara vez llega a tiempo, pues a nadie, salvo a quien se suicida, le viene en buena hora. Y si llegó a punto, es que no merecía la pena esperar. Cosa que también ocurre, cuando la enfermedad se apodera del cuerpo que somos. Y desde otra perspectiva puede ser resultado de una pasión por cumplir, como decía Teresa de Ávila, "tan alta vida espero, que muero porque no muero".

No sabemos si tendremos un cielo o un infierno, si celebraremos un banquete con Odín en el Valhalla o gozaremos en la Yanna, ese Jardín de Alá donde se alcanzará la inmortalidad, o es un paso más en el karma. No sabemos qué habrá, solo cabe confiar. O no preguntarse y no creer en nada más. Somos mortales y en polvo nos convertiremos. En cenizas, si nos queman en el fuego. Mientras tanto no nos queda más remedio que disfrutar de la vida porque lo seguro es que la ‘Saldrásola’ –como la llama Ginés Liébana– vendrá un día y se nos llevará. Y, simplemente, nos iremos. Dejando un vacío –o una liberación– entre los nuestros.

Nadie tiene la prueba ni el experimento para comprobar, de modo directo y observable, qué hay después. Aquí y ahora, podemos pensar en quienes quisimos y queremos recordar. Podemos disfrutar y brindar a su salud. Podemos sentir que la Vida nos lleva al límite, hasta que se va. Por eso, estos días están puestos en el calendario para disfrutar de quienes queremos y notar lo hermoso que es sentir el corazón llenándose de memoria para no olvidar.

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