Por
  • Julio José Ordovás

Calles animales

Jóvenes en la calle Moncasi, una noche de los noventa
Jóvenes en la calle Moncasi, una noche de los noventa
Guillermo Mestre

Esta noche me han visitado todos mis demonios.

Yo estaba en la barra del Kezka, con un cigarro y una botella de cerveza, como en los viejos tiempos. Había varios tipos a los que no conocía de nada armando follón en el futbolín, una pareja peleándose a gritos y otra bailando al ritmo de un r’n’r libidinoso que había puesto Mauricio para empezar a calentar la noche.

Cólera fue el primero en aparecer. Entró en el bar sonriendo, se sentó a mi lado, cogió un cigarro de mi paquete y me dijo: Tengo que decirte algo. Encendió el cigarro, le dio un par de caladas y, con toda la seriedad de la que era capaz, me dijo: El rock ha muerto. Después estalló en carcajadas demenciales. Todos estamos muertos, le dije yo, y nos reímos juntos. Cólera le hizo un gesto a Mauricio y nos sirvió dos cervezas heladas. Te tiemblan las manos, me dijo Cólera. ¿Cómo van las cosas por el barrio?, le pregunté. El barrio sigue igual, somos nosotros los que hemos cambiado, me dijo.

Quedábamos cada tarde en el buzón de la calle Monasterio de Veruela. ¿Dónde vamos?, preguntaba uno. Donde nos lleven nuestras botas, respondía otro. Pero nuestras botas siempre nos llevaban por las mismas calles. Calles con nombres de monasterios, de toreros y de batallas que ya no significaban nada para nadie. Aceras pegajosas. Plazas que solo transmitían desesperación. Bares en los que flotaba una luz tóxica. Parques como jaulas para hámsters. Y tapias tan altas como las de los campos de concentración nazis. Por ahí andábamos, callejeando siempre en busca de acción, como cantaba el Loco.

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