Cataluña, Ítaca y el exceso de épica

Sostiene Jorge Luis Borges, el poeta circular, que el devenir del pensamiento occidental se resume en la reiteración de varias metáforas: el veloz Aquiles persiguiendo inútilmente a la tortuga (Zenón de Elea), la paloma kantiana que toma por un obstáculo el aire que la sostiene, la manzana de Newton, el viejo topo que excava a ciegas su camino subversivo (Marx)...

En esta nómina prestigiosa rebuscaron afanosamente los nacionalistas catalanes, como Artur Mas, que se convirtieron en independentistas de la noche a la mañana ante la sospecha de que iban a perder todo el poder que Jordi Pujol había amasado, aún con más afán, desde los años setenta. Y ahí estaba Ítaca como la gran metáfora homérica para recrear el relato del ‘pueblo elegido’ que inicia su singladura hacia la ‘tierra prometida’, la independencia.

Desde hace ocho años, vienen recurriendo a ‘La Odisea’ y la metáfora del viaje. Pero es evidente que el barco independentista ha encallado al chocar contra el protector Estado de Derecho, aunque los secesionistas se aferran como náufragos desesperados al simbolismo de Ítaca. Torra ya no sabe qué hacer para mantener la tensión y solo repite golpes de timón fracasados: la misma fotografía con alcaldes en el Palau de la Generalitat, la misma manifestación (aunque con menos personas), las mismas declaraciones desafiantes…

Pareciera que los secesionistas no hayan leído a Homero y que no conozcan que Ulises y sus compañeros sufren todo tipo de dificultades en su agotador regreso a la isla natal. Invaden territorios, pierden la memoria, bajan al infierno y son castigados por las sirenas. Ulises pierde a todos sus compañeros y llega a casa solo.

Ítaca no es una buena metáfora para un pueblo, puesto que el héroe envía a la muerte a todos sus compañeros. Pero a Torra y Puigdemont no les interesan los hechos sino su relato.