Papel, lápiz y libros

Las matemáticas pueden enseñarse con lápiz y papel.
Las matemáticas pueden enseñarse con lápiz y papel.
HERALDO

Fernando de la Cueva es un profesor entregado a la enseñanza de las matemáticas. Coordina desde 2001 la Olimpiada Matemática en Aragón. Además, desde hace quince años, es uno de los promotores del Taller de Talento Matemático, regalando tiempo, sabiduría y buen hacer. Y también está en la trastienda de distintas iniciativas para mejorar la didáctica de las matemáticas, incluso con niños y niñas con discapacidad intelectual. Es un apasionado de su profesión, un docente convencido de la importancia de aprender a pensar con rigor para resolver problemas, como es propio de su disciplina.

Fernando maneja un abanico extenso de herramientas didácticas. Ha sido pionero en el uso de las que en su día llamábamos ‘nuevas tecnologías de la información y de la comunicación’ (NTIC). Ha probado ‘hardware’ y ‘software’ de unos y otros proveedores. Observando, leyendo y contrastando ha llegado a la conclusión de que el uso intensivo de los dispositivos electrónicos digitales no es mejor que el papel y el lápiz para enseñar y aprender matemáticas. Incluso va más allá. Está convencido, a partir de su experiencia, de que para potenciar un currículum tecnocientífico serio no es el mejor camino optar por la inmersión acrítica en las TIC, que ya perdieron la N, de nuevas. 

Fernando está embarcado en una singular batalla: además de lo digital, quiere usar libros, papel y lápiz en su docencia. Quiere que al menos en una de las clases del instituto de Secundaria donde enseña no se usen los dispositivos electrónicos digitales de manera intensiva y excluyente. Lo pide con conocimiento de causa, tanto por su experiencia directa, por la de otros colegas como por los datos que aportan informes de organismos internacionales, como el de la OCDE (2015) ‘Estudiantes, computadoras y aprendizaje. Haciendo la conexión. Quiere y no le dejan.

En enero de este año, tras una votación del claustro de profesores de su instituto, con una mayoría de dos tercios, decidieron que no haya libros en papel. Sin consenso y sin unanimidad, sus colegas han impuesto la digitalización ‘inmersiva’; sin atender a los datos y problemas que acarrea esta decisión. Y en nombre de la comunidad educativa no le dejan ejercer el derecho constitucional de libertad de cátedra. Se pasan por la tablet el artículo 20.c y su petición. Fernando ha preguntado a la Administración si puede usar en clase libros de texto en papel. Pero en la respuesta de la directora del Servicio Provincial de Educación ya le han dejado clarito que nanay. Y en la queja posterior al Justicia, más de lo mismo. No entra en el fondo del asunto. Se queda en la mera superficie procedimental y dice: "Las decisiones administrativas adoptadas por el centro educativo, cuando se ha seguido el procedimiento pertinente -y dentro del marco de competencias del órgano correspondiente-, no pueden ser consideradas constitutivas de una irregularidad". Es una repuesta con muy poca altura de miras, que ni siquiera percibe el horizonte que está en juego. 

La petición de este profesor no es una anécdota de un nuevo Quijote. Es algo más. Afecta a su libertad de cátedra, pero también a la libertad de las familias para gestionar la relación con móviles, tabletas, computadoras y cualquier otro tipo de pantalla y, por extensión, al modelo de digitalización de la sociedad. Las TIC han abierto un mundo de oportunidades, pero también de riesgos y problemas. El reto es incorporar lo mejor de la tecnología a los procesos de enseñanza-aprendizaje, reflexionando y cuestionando lo que se hace. Los dispositivos electrónicos evolucionan a una velocidad institucionalmente inalcanzable. No hay dinero suficiente para estar a la última, pero sí que se cuenta con experiencia para saber qué herramientas intelectuales requiere un estudiante de secundaria para alcanzar con éxito sus competencias. El dogmatismo y la imposición de las mayorías no encaja bien con la pluralidad ni con la libertad. Los recursos que aportan las TIC y con ellas internet son impresionantes e imprescindibles, pero cada cosa a su tiempo. El ‘paraíso digital’ tiene más de una contradicción que hemos de pensar como sociedad, antes de que terminemos sufriendo los efectos no previstos.

Chaime Marcuello es profesor de la Universidad de Zaragoza

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