Por
  • Octavio Gómez-Millán

Justicia

concurso de relatos
La Justicia
HA

En Salou, durante los largos veranos de los ochenta, nunca pensé que la señora del kiosko a la que le compraba la entrega mensual de los Transformers no quería ser parte del mismo país que yo. Luego José, el dueño de un pequeño bar al lado del bungalow de mis abuelos, nos contó que se había rendido, que no iba a seguir intentando que su hija estudiara en español. Su hija acabó estudiando ingeniería química, como yo. Hay muchas plantas químicas en Tarragona. Yo mandé mi currículo a alguna de aquellas empresas. Nunca me llamaron. Ahora no podría dar clase de matemáticas en Cataluña aunque quisiera. La justicia no es una carrera de sacos: cinco o seis años estudiando derecho para que alguien diga que «sacar las urnas» es democracia, no delito. Y no hubo muertos el 23-F pero nadie pidió el indulto para Tejero.

Hace mucho que la coherencia en la izquierda española está sobrevalorada: saborean el victimismo de la derecha catalana como el extracto máximo del odio a su propio DNI, apoyan reivindicaciones de estudiantes que impiden que trabajadores cumplan con su jornada y practican la equidistancia con la maestría de mi presidente Sánchez. Sueño con la Barcelona de Ocaña y Sabino Méndez, el amarillo fuego se mezcla con el rojo sangre y al final terminan siendo los mismos colores para nuestras banderas. No me imagino los tanques entrando por la Diagonal pero tampoco los pies de mi hijo metidos en la misma arena donde yo construía, de niño, castillos.

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