Por
  • Guillermo Pérez Sarrión

Educación y escritura

Entre otros, la dislexia genera problemas de comprensión lectora, de escritura, de lenguaje y es causa frecuente de abandono escolar
Para pensar y razonar hacen falta palabras.
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Si filtramos en lo posible la jerigonza que domina hoy el lenguaje político, veremos que hay ciertos temas cuya solución requiere de pactos de Estado que es cada vez más urgente abordar: uno de ellos es la educación, que en las raras ocasiones en que es objeto de debate se suele centrar en cuestiones aparentes, como la financiación, la construcción de escuelas o la compra de ordenadores. Se suelen pasar por alto las cuestiones más importantes y olvidadas: qué se enseña, para qué se enseña, cómo resolver la balcanización educativa de España, con planes de estudios y contenidos en manos de diecisiete comunidades autónomas, y el adoctrinamiento con libros de texto manipulados. Me refiero, claro, a la educación primaria y secundaria. Los efectos de esta educación en los educandos son muy profundos y a largo plazo y por eso hay que prestar atención a los asuntos más borrosos y también más importantes: cómo se forman los maestros (qué se les enseña en la universidad), qué objetivos pedagógicos tiene cada contenido, qué equilibrios crean los planes de estudio de escuelas e institutos.

Desde hace siglos el objetivo principal de la educación fue transmitir un corpus de conocimientos principalmente por medio de la lectura y la escritura, para que niños y jóvenes fueran capaces de entender y manejarse en el mundo y la sociedad. En términos políticos, la escuela era un lugar donde se aprendía a leer, escribir y contar, y un lugar de formación en y transmisión de valores cívicos. Hoy esta concepción parece desafiada por una mal llamada nueva pedagogía, centrada sobre todo en el desarrollo emocional de cada escolar, y resulta difícil encontrar un nuevo equilibrio. Los maestros, con el énfasis universitario en la enseñanza de didácticas y la marginación de la enseñanza de contenidos, muchas veces son poco capaces de transmitir los conocimientos necesarios para que los que van a dar clases en escuelas e institutos de bachillerato y FP puedan afrontar su vida social y profesional. Maestros y profesores de enseñanza primaria y media han sido mal seleccionados y enseñados. Y esto no se debe a una mala política educativa, sino a la mala selección de los estudiantes de magisterio y la mala gestión de los planes de estudios en las universidades.

Esto tiene especial relevancia en una consecuencia fundamental: muchos de los estudiantes que acaban la adolescencia no llegan a leer y escribir bien, lo que tiene un efecto tremendo muy olvidado: se piensa con palabras, por eso tampoco razonan bien. Los efectos son devastadores. En el plano político la democracia parlamentaria inglesa, que exigía entender ideas políticas abstractas (libertad, democracia, igualdad, disidencia, dación de cuentas), fue capaz de desarrollarse en el siglo XVII porque la mitad de la población ya estaba alfabetizada. Esta proporción, resumiendo, en España no se logró hasta la Segunda República, y en esos años los parlamentarios manejaban ideas similares a las de otros países. Hoy es el desastre que todos conocemos y en general los votantes no votan a favor de ideas expresadas en programas políticos, sino en contra de los candidatos que menos simpatías suscitan al grupo político por el que sienten simpatía. Al votante no se le puede ir con ‘rollos’.

En España, en política se manejan pocas ideas y en cambio hay muchos antagonismos personales. Y ya va siendo hora de que en las universidades los candidatos a graduarse en magisterio tengan un examen de ingreso con pruebas de lectura y escritura (que no consiste solo en no hacer faltas de ortografía) previas; que los planes de estudios contengan asignaturas de contenidos, y no solo de didáctica, y que no solo en los grados de magisterio, sino también en los demás, los planes de estudios incluyan materias de escritura académica. Que uno sepa, las matemáticas, la geología, la economía, la medicina (además de por supuesto la historia, la geografía, las humanidades) se enseñan también con palabras y es necesario que los estudiantes sean capaces de comprender palabras y frases, de situarlas en su contexto semántico, de traducirlas a su propio vocabulario, de resumir, parafrasear y citar adecuadamente. Solo así tendremos abogados del Estado que sepan redactar una ley que se entienda, técnicos de la Administración que escriban correspondencia inteligible, informáticos que sepan atender los problemas de los usuarios, y sobre todo maestros y graduados que sean capaces de ayudar a que las personas sean más capaces de entender el mundo en que viven, que se expresa ante sus ojos ante todo con palabras, que está lleno de noticias, textos y palabras falsas, y que exige respuestas que también se expresan con palabras, y no solo con emociones.

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