Hong Kong, Erdogan, nosotros

A protester dribbles a basketball over pictures of China's President Xi Jinping and Hong Kong Chief Executive Carrie Lam during gathering in support of NBA's Houston Rockets' team general manager Daryl Morey, who sent a tweet backing the pro-democracy movement, in Hong Kong, China, October 15, 2019. REUTERS/Umit Bektas [[[REUTERS VOCENTO]]] HONGKONG-PROTESTS/
Un acto en apoyo del equipo de la NBA que se solidarizó con las protestas de Hong Kong.
Umit Bektas / Reuters

Las palabras y las ideas cuentan. No son un asunto trivial. Sirva como ejemplo un ‘simple’ tuit de treinta y nueve caracteres con espacios: "Fight for freedom. Stand with Hong Kong". Se puede traducir como "Lucha por la libertad. Apoya a Hong Kong". Estas letras han provocado una tormenta político-económica en las relaciones de la liga profesional de baloncesto norteamericana (NBA) y la República Popular China gobernada por Xi Jinping.

Es cierto que estas palabras tienen un autor especial. No es un cualquiera. Las escribió en su cuenta de Twitter el director general del equipo de baloncesto Houston Rockets de la NBA, Daryl Morey. Y lo hizo dentro de unas coordenadas y un contexto que amplifican sobremanera su contenido. El baloncesto norteamericano tiene miles de miles de seguidores chinos. Su público mueve, además, millones de dólares en ‘merchandising’ de todo tipo. Es cierto que es puro entretenimiento, unos cuantos botapelotas y metecanastas políticamente intranscendentes juegan en la pantalla y anulan el raciocinio de las audiencias. Pero va uno de sus gestores y se le ocurre pronunciar unas palabras de más. Unas palabras que pueden encender las conciencias de muchas personas sometidas a la dictadura del autócrata Xi. 

China es un gigante demográfico, económico, militar y político. Y también está lejos de ser una democracia. Su ‘república’ -construida sobre los principios del comunismo adaptado primero por Mao y luego por sus herederos- es una tiranía digitalizada, anacrónica en el siglo XXI. En esa parte del mundo, las libertades fundamentales están cercenadas. A este respecto, nada ha cambiado desde la masacre de Tiananmén en 1989. No se puede decir lo que se piensa, ni se puede pensar libremente. Pero hay mucho negocio y mucho dinero en juego. Incluso en nuestro país, en Aragón, estamos flirteando con esa dictadura para sacar tajada y dineritos. Hasta nuestra Universidad de Zaragoza tiene abierta una sede del Instituto Confucio para tender puentes con el gigante. Estamos encantados de aprender su cultura, su idioma e investigar con la Nanjing Tech University. Y así nos callamos y miramos para otro lado cuando se trata de saber cómo están los derechos fundamentales en aquellas tierras de oriente. Eso no importa. Si las condiciones laborales rozan la explotación, si las ideas no pueden circular libremente o si la disidencia es aniquilada antes de que prospere es un asunto que ni nos compete ni nos importa. En esto aplíquese el principio de no injerencia. ¿Tiene que ser así? ¿Debemos callar y seguir haciendo negocios cuando en la casa del vecino se está maltratando a su ciudadanía y se están vulnerando derechos que aquí son irrenunciables?

Desde la descolonización británica de Hong Kong en 1997, este territorio se convirtió en una Región Administrativa Especial de China, que será integrada completamente en 2047 en lo que ahora no deja de ser una tiranía oligárquica. Si las cosas no cambian, la democracia hongkonesa será fagocitada por el monstruo autoritario. Y aquí nos callaremos, mientras seguimos haciendo negocios. Nuestra comodidad nos amordaza y apalanca como, salvando las distancias, sucede con la decisión de Erdogan, presidente de Turquía, de masacrar a los kurdos que habitan la frontera con Siria. 

¿Son estos dos asuntos globales los nuevos arquetipos de nuestro siglo? Sí y son algo más peligroso que el cambio climático. Están modificando las condiciones planetarias y, curiosamente, parecen preocupar menos. Nos estamos olvidando de lo que se pactó en 1948. Nosotros como pueblos de la Tierra nos estamos olvidando de "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra". Y nos estamos olvidando de "reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas". Nos olvidamos de "crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional" y de "promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad". Siga usted leyendo la Carta de las Naciones Unidas, muy fácil de localizar en internet, y verá lo que decían nuestros mayores.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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