El ramico
Desde niña guardo en mi retina la inmensa plaza del Pilar llena de palomas y de vendedoras de alpiste. Recuerdo aquel lugar antes de la reforma, en la que unos escalones te bajaban a una plaza renegrida. Yo no me acuerdo de los jardines, solo de las palomas y de lo que picaba el pasamontañas. Del frío, porque siempre en esa plaza hacía mucho frío y aire, mucho aire.
Hay dos cosas que te hacen de Zaragoza, si o también: una es haberles echado alpiste a las palomas y otra pasar bajo el manto de la Virgen de la mano de algún infantico el día de tu primera comunión. Yo tengo ese momento inmortalizado, junto a mi hermano, y he echado alpiste a las palomas. Soy, siempre he sido y seré zaragozana practicante.
Pero hay otra preciosa seña de identidad que te hace ser zaragozano y aragonés: el ir a dejar un ramico de flores a la Virgen tal día como hoy. Hoy irán cientos de miles de oferentes, zaragozanos, aragoneses y de muchos países y rincones del planeta con su ramico. Y cada uno irá con su afán, su fe, su deseo, sus pensamientos o su runrún.
Recorrerán las calles y tras horas de espera llegarán ante la Virgen. Y ahí, bajo su manto le bailarán, le cantarán, le rezarán, le hablarán y le dejarán las flores. Unos con fervor, otros con ilusión y todos con emoción. Después se sentarán, que estarán cansados, y si es que no lo han hecho ya, felicitarán a su Pilar, Pili, Piluca, Pilarí, Mapi o Maripili de cabecera y le dirán: ¡Te quiero, maña, pero esto de ser zaragozano practicante es muy cansado!
Isabel Soria es documentalista y técnico cultural