La pica de Sánchez

Íñigo Errejón.
Íñigo Errejón.
Juanjo Martín / Efe

Cada vez resulta más difícil creer a los políticos profesionales. Ni ellos ni ellas se libran. Ni las de arriba ni los de abajo. Da igual cuál sea su posición ideológica. En cuanto tienen un micrófono o una cámara delante, se nubla el discurso. Se volatilizan las ideas con enjundia, dejando paso a meras carcasas sin contenido. Solo hay palabras manidas y maltratadas que han dejado de significar: progresista, consenso, bloqueo, pacto, reformista, izquierda, derecha, centro, casta… La lista crece cuanto más hablan. 

La falta de credibilidad produce desconfianza. La desconfianza alimenta el hartazgo. El hartazgo multiplica el enfado. El enfado conduce a la rabia. La rabia desmorona los pilares del sistema democrático. El sistema se agrieta si falta responsabilidad política. La ausencia de responsabilidad multiplica la incertidumbre. La incertidumbre incrementa los miedos. Los miedos erosionan la confianza. Sin confianza, el futuro se oscurece. Y la oscuridad trae a la esfera pública malos pronósticos y tiempos convulsos. Por eso, hay que revertir la dinámica. Hemos de recuperar el valor de la palabra dada y la inteligencia en el decir y decidir. Desde ahí premiar a quienes no mienten, ni dicen digo donde antes fue Diego, ni nos hacen comulgar con ruedas de molino. A nadie nos gusta que nos den gato por liebre, ni tampoco nos interesan intolerantes maximalistas incapaces de llegar a acuerdos. Nos sobran esos discursos y esas prácticas destructivas. Necesitamos otro tipo de voces, actitudes y praxis.

O lo que es lo mismo, necesitamos pasar de las palabras a los hechos, con menos promesas de gobierno y más gobernar por el bien común. No de cualquier manera, pero sí sabiendo que a la ciudadanía nos termina dando igual quién sea. Nos da igual quién se sube al trono, siempre que no moleste y nos deje vivir dignamente y en libertad. No necesitamos políticos que quieran cambiar la vida de la gente. La pluralidad de personas que formamos esta sociedad aspiramos a llevar una vida buena sin que nadie meta sus narices y sus intereses en la república independiente de casa. No necesitamos tutores ni listos dispuestos a gastar nuestro tiempo y dinero. No necesitamos líderes que digan por dónde debemos caminar, cómo educar a nuestros hijos, ni qué debemos pensar, ni cómo tenemos que votar. Necesitamos gobernantes y políticos que no molesten, pero sobre todo que no nos arruinen la vida cotidiana, ni gasten la pólvora que pagamos todos, ni juergueen con los aviones que salen de nuestros impuestos. No queremos mentirosos que cambian de cartas sin terminar la partida. No necesitamos oportunistas dispuestos a lucrarse con el poder. Necesitamos políticos y partidos que no hagan trampas. Necesitamos la estabilidad que dan la justicia y la confianza en un sistema donde no hay gorrones dilapidando lo construido con años de esfuerzo.

Todo eso que necesitamos y queremos se terminará concretando el próximo 10N en una papeleta… o en una abstención. Las circunstancias actuales dibujan más de lo mismo, en un panorama volátil y complicado. Pedro Sánchez y su sanedrín han de estar encantados viendo cómo el Podemos de Pablo Manuel Iglesias implosiona. Estarán relamiéndose las garras cuando oyen la contradicción performativa: ‘Unidas Podemos’. Pues cada vez pueden menos, son menos y están menos unidas. El escenario está en ebullición. Los procesos hierven a borbotones. El tándem Íñigo Errejón-Pablo Manuel Iglesias ha pasado a la historia. El macho alfa ha sufrido la penúltima puñalada de su amiguito alfa-domesticado. 

Mientras tanto la maquinaria afín y el márketing político están haciendo de las suyas. En unas semanas votaremos lo que nos dé la gana. Y en ese acto de consciencia es de esperar que se castigue a quien, teniendo los votos, ha sido incapaz de aglutinar un gobierno con responsabilidad. Sánchez y el PSOE se lo han ganado a pulso. Ahí, Errejón dice que ha venido a catalizar la abstención. Cualquiera percibe que no es así. Ha venido para encumbrarse a sí mismo y ofrecerse tanto para ser muleta como pica de Sánchez. Ambos nos intentan embaucar, ahora el problema es a quién votar. ¿Qué pasa si gana el voto en blanco o la abstención? Tendremos que resucitar a Saramago para que nos lo explique.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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