Por
  • Pedro Rújula

Cuerpo

A man walks past the mausoleum where late dictator Francisco Franco is expected to be buried at Mingorrubio-El Pardo cemetery in Madrid, Spain, September 25, 2019. REUTERS/Sergio Perez [[[REUTERS VOCENTO]]] SPAIN-POLITICS/FRANCO
Panteón del cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, al que el Gobierno quiere trasladar los restos de Franco.
Sergio Pérez / Reuters

Finalmente el Tribunal Supremo se ha pronunciado favorablemente sobre el traslado del cuerpo del general Franco. El que fuera durante casi cuarenta años dictador, y cabeza de un régimen personal surgido de una sublevación militar que impuso por décadas su victoria en una poco honrosa guerra civil, puede ser en breve trasladado desde el fastuoso mausoleo del Valle de los Caídos hasta una modesta capilla en El Pardo.

Se funden en este gesto una lección de historia y otra de historiografía. La de historiografía es que la lectura que cada sociedad hace de su pasado es mutable y se construye sobre la revisión crítica de una historia que se forja desde la sensibilidad y el saber del presente. No hay pasado que permanezca inmóvil a la luz de un presente que, vacilante, se desliza hacia un futuro incierto.

La lección de historia es que no es lo mismo morir manteniendo las riendas del poder que hacerlo cuando ya se ha perdido el control sobre las instituciones políticas. Los herederos políticos de Franco dispusieron las condiciones que rodearon el entierro de su cadáver en un mausoleo megalómano que debía proyectar la imagen deseada de su paso por el poder. 

Tiempo es de que el presente decida los homenajes que debe a sus ancestros. No todos tuvieron la misma suerte. El cadáver de Mussolini, como estudió Sergio Luzzatto, permaneció durante años en un baúl hasta que llegó la orden de trasladarlo a la capilla familiar ubicada en la pequeña localidad de Predappio.

Pedro Rújula es profesor de Historia Contemporánea (Unizar)

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