Por
  • Elena Capapé

El salón de mi cine

Foto de archivo de una sala de cine.
Foto de archivo de una sala de cine.

Año 2002. Se apagan las luces de un cine abarrotado, dispuesto a ver ‘Chicago’. A mitad de proyección, un Nokia 6610 berrea el ‘Ave María’ de David Bisbal. Hablamos de la época del politono, cuando en las salas cinematográficas nos recordaban la importancia de mantener los teléfonos móviles en silencio. Hoy en día, ese recordatorio prácticamente se ha eliminado y, sin embargo, las interrupciones se han multiplicado. Personas incapaces de concentrarse en una pantalla de diez metros, durante dos horas, recurren a otra de escasos centímetros cada cinco minutos. En una sala inmersa en la oscuridad, el parpadeo continuo de luces y brillos distrae al espectador que se encuentra sumido en la emoción de la historia y que pierde el hilo de la narración. Pero no solo de teléfonos móviles podemos hablar: audio-comentarios a cargo de espectadores que comparten su experiencia con el resto del cine; asistentes que tapan la pantalla al colocar los pies sobre la butaca de enfrente y hasta público comiendo pizza ruidosamente.

Cualquiera de estas situaciones la hemos podido vivir en el pasado. Sin embargo, y sin querer generalizar, parece que en la época del 'Netflix and', los espectadores hemos decidido trasladar el salón de nuestra casa a las salas de cine. Pero la idea debería ser la opuesta: entre las butacas, deberíamos buscar la soledad y, en la pantalla, la conexión única e íntima con la historia y nuestras emociones. Nada más. El objetivo es sentirse solo a pesar de estar rodeado.

Profesora de la Universidad San Jorge

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