Por
  • José Luis Bermejo Latre

La repoblación improbable

El medio rural sufre un crónico proceso de despoblación.
El medio rural sufre un crónico proceso de despoblación.
Krisis'19

El Aragón rural se despuebla paulatinamente, mientras la mitad de los pobladores de esta Comunidad nos enrocamos en la capital. Solo catorce municipios aragoneses, incluidas las tres capitales, tienen más de diez mil habitantes; seiscientos veintidós tienen menos de mil y doscientos treinta y dos no alcanzan el centenar. Las cabeceras comarcales fijan población, aunque a costa de los núcleos de su entorno.

La situación y la perspectiva demográfica de Aragón es la propia de la España interior. Mientras lo ibérico se revaloriza, el número de ibéricos-persona decae, también en su edad: los aragoneses envejecemos por encima de las medias española y europea. El éxodo rural iniciado con la era industrial no ha terminado, y las tecnologías telemáticas son solo paliativos de la concentración urbana. Sin embargo, el descenso demográfico importa más que la concentración urbana en la ecuación de la despoblación rural.

La despoblación rural es una manifestación de la demografía claudicante común a las sociedades occidentales, magnificada por una geografía extensa donde se encarece la prestación de los servicios públicos, se complica la conservación del patrimonio natural y cultural y aumenta la inseguridad ciudadana… Al igual que con el cambio climático, hacemos bien en reconocer y combatir el problema, pero no deberíamos aspirar a remediarlo, sino a protegernos de sus efectos y adaptarnos al mismo.

Para ello es preciso explorar nuevos espacios argumentales con una óptica pragmática y posibilista. La despoblación es inercial, viene de antiguo y se aventura persistente: se trata de un fenómeno imposible de detener y de revertir, no en todo el territorio afectado, y mucho menos en una sola generación. Por eso hay que identificar y seleccionar donde actuar y fijar plazos viables para ello. No todas las zonas y núcleos afectados requieren o admiten las mismas medidas, cada zona o núcleo necesita distintas soluciones, las cuales no serán aplicables simultáneamente. Probablemente, el gran dilema de las políticas públicas contra la despoblación consista en garantizar la subsistencia local o universalizar la calidad de vida.

Hay medidas que deben ir dirigidas a las personas y otras a las instituciones. En este sentido, se impone reconocer que nuestro minifundismo municipal es insostenible, que servicios públicos como la sanidad y la educación no pueden estar organizados de la misma manera en los medios rural y urbano, o que el catálogo de las prestaciones del bienestar social debe incorporar nuevos servicios (por ejemplo, el abastecimiento alimentario) o dar nuevas formas a los ya existentes para las zonas afectadas (por ejemplo, el transporte a demanda).

Otras cuestiones atienen al objetivo de las políticas contra la despoblación, pues atraer y retener población son funciones distintas y no siempre compatibles con los itinerarios vitales de las personas. La tríada agricultura-artesanía-turismo tiene una capacidad limitada para totalizar la reconversión productiva, y cabría imaginar un medio rural operativo ‘a tiempo parcial’, apostando por la vuelta al pueblo pero solo como segunda residencia. 

En todo caso, merece la pena plantearse hasta qué punto es justo, eficaz y eficiente primar fiscalmente a los residentes y emprendedores rurales a costa de los urbanitas. Recurrir a la dotación de infraestructuras costosísimas destinadas a la infrautilización y subsidiar a personas (pocas y cada vez mayores) por guardar el puesto no parece ser la solución más inteligente para un Aragón rural que conoció tiempos un tanto mejores.

José Luis Bermejo Latre es profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Zaragoza

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