Un capital político dilapidado

Albert Rivera, líder de Ciudadanos
Albert Rivera, líder de Ciudadanos
Fernando Villar / Efe

Albert Rivera lleva todos los boletos para pasar a la historia como el dirigente que de manera más rápida, más absurda y más estéril dilapidó su capital político. Los 57 diputados que los españoles le concedieron a Ciudadanos el 28 de abril eran oro puro, no solo para Rivera y su partido, sino para España. Utilizados sensatamente, ofrecían la posibilidad de influir, desde dentro o desde fuera del ejecutivo, en la gobernación del país para dirigirlo por una senda estable y moderada después de un largo periodo de bloqueos, tensiones y penurias. Rivera ha malgastado ese caudal, no ha querido aprovechar la ocasión que se le brindaba y ha preferido encastillarse en una batalla secundaria por la primogenitura de la derecha: un plato de lentejas. Pagará su error en las urnas, no cabe duda, pero los españoles ya estamos sufriendo las consecuencias. Su dramática oferta de última hora, lejos de redimir sus culpas, no viene sino a subrayar su desacierto. Si ahora estaba dispuesto a abstenerse, con condiciones, para permitir a Sánchez formar gobierno, ¿por qué no pudo hacer esa misma propuesta al día siguiente de las elecciones? Entonces había tiempo para negociar, ahora no. Entonces todavía no se había producido el pacto de los socialistas con Bildu en Navarra, ahora sí. Demasiado tarde. Para Rivera, para Ciudadanos y para España.

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