¿Consentidos y mimados?

Los políticos actuales son chicos de la 'generación Game Boy'
Los políticos actuales son chicos de la 'generación Game Boy'
Toni Galán

En 2017 Rutger Bregman publicó ‘Utopía para realistas’. La edición española, con una tapa amarilla radiante, va acompañada del subtítulo ‘A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras’. En su momento fue abundantemente criticado y también ensalzado en diversos medios así como en revistas académicas. Pese a su paso acelerado por los escaparates de las librerías -el original es de 2016-, es un ensayo de los que dan juego, porque toca asuntos que siguen siendo actuales y permite continuar el debate sobre lo que queremos (debemos) hacer con el sistema social y político. El mero hecho de proponer ‘El regreso de Utopía’ (primer capítulo) y mostrar ‘Cómo las ideas cambian el mundo’ (último) es ya toda una estructura orientada a un propósito, quizá ingenuo y simplón como lo calificaron en su día. Más de uno lo situó entre los libros que cuestionan de forma blandita el sistema económico, jugando dentro de sus límites y aprovechándose de ellos. Algo que se devela en las propias palabras del autor cuando escribe: "El capitalismo abrió las puertas a la tierra de la abundancia, pero el capitalismo por sí solo no puede sostenerla". El libro es una lectura entretenida para activar la conciencia de cambio y la necesidad de pensar de otro modo nuestras estructuras socioeconómicas.

Más allá de recomendar esta obra, hay un apartado al que prestar atención aquí y ahora. Sobre todo pensando en el análisis de nuestra clase política profesional. Lleva por título ‘La generación mimada’. Es el sexto de los siete epígrafes que forman el capítulo primero. Ahí comienza recuperando un dato de un estudio realizado con adolescentes norteamericanos. Dice: "La generación actual se considera más lista, más responsable y más atractiva que nunca. ‘Es una generación en la que a todos los chicos se les ha dicho: Puedes ser lo que tú quieras. Eres especial". Y continúa enfatizando la parte fuerte del mensaje: "Nos han criado con una dieta constante de narcisismo, pero, en cuanto nos sueltan en ese mundo maravilloso de las oportunidades ilimitadas, cada vez somos más los que nos estrellamos. Resulta que el mundo es frío y despiadado, saturado de competencia y desempleo. No es como Disneylandia, donde se puede formular un deseo y ver cómo tus sueños se hacen realidad, sino una carrera feroz donde, si no triunfas, el único culpable eres tú". Si esto es así, ¿cuánto de este diagnóstico es aplicable a Pedro Sánchez (1972), Santiago Abascal (1976), Pablo Iglesias (1978), Albert Rivera (1979), Pablo Casado (1981)? ¿Son estos ‘jóvenes’ líderes políticos una muestra de ese narcisismo? ¿Cuánta toxina egocéntrica tienen sus posturas? ¿Pueden hacer otra política que no esté centrada en su modelo de liderazgo consentido? Si atendemos al esperpento desplegado tras las últimas elecciones generales, las respuestas son obvias. Quizá sea consecuencia de unos partidos organizados como maquinarias de márketing con el único fin de conseguir el poder, olvidándose del servicio a las personas. Pero ¿es un asunto de ideas o una cuestión generacional? 

Como explicaba Karl Mannheim en ‘El problema de las generaciones’ (1928): "El fenómeno generacional es uno de los factores básicos en la realización del dinamismo histórico. El estudio del funcionamiento combinado de las fuerzas que operan conjuntamente es de por sí un conjunto problemático unitario sin cuya aclaración no es posible comprender la historia en su devenir". Pese a las aparentes diferencias ideológicas, estos líderes comparten un sustrato que los homologa.

Pese a las distintas envolturas tienen las mismas estructuras arquetípicas. Son chicos de la ‘generación Game-Boy’. Tanto si jugaron como si no con aquellas videoconsolas de fabricación japonesa, parecen no saber que sin la búsqueda activa de consensos la política aboca al conflicto y la confrontación. Mientas comparten el énfasis en sus respectivos egos por encima de cualquier otro asunto, han olvidado nuestra historia. Están acostumbrados a reiniciar la partida después del ‘game over’. Olvidan que la vida cotidiana no se arregla pulsando el botón. De sus caprichos consentidos dependemos toda la ciudadanía y ya está bien.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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