Algunas claves de la felicidad

López Otín en la presentación del libro en el palacio de Villahermosa.
López Otín en la presentación del libro en el palacio de Villahermosa.
Rafael Gobantes

Las incertidumbres económicas y sociales que dejamos antes de vacaciones se han convertido a la vuelta en una sucesión de índices de creciente pesimismo y desasosiego que todo lo invade. Ante tanta negrura, pueden resultar terapéuticas las reflexiones que ofrece el científico aragonés Carlos López-Otín en su libro ‘La vida en cuatro letras’, escrito como ejercicio de autoayuda durante su "eclipse del alma". Esto es, la depresión padecida tras ser acosado por algunos colegas y que tuvo episodios como el sacrificio de las 5.000 cobayas de su bioterio, misteriosamente infectadas y valiosísimas por sus modificaciones genéticas para luchar contra el cáncer y el envejecimiento. Un golpe terrible para un gran investigador que ha hecho de la ciencia aplicada su particular camino en la difícil conquista de la felicidad.

Desde ese sufrimiento tan real y tangible, López-Otín sugiere las claves de la enfermedad y aquellas que proporcionan o restan felicidad. Tras recordar que la felicidad se reconoce, sobre todo, por el ruido que deja al marcharse, resume la información científica y humanística más novedosa en cinco claves: imperfección, reparación, observación, introspección y emoción.

La primera recuerda que hemos evolucionado gracias a no ser perfectos. ¡Aún seríamos microbios! Así pues, de inicio, aceptar la imperfección. Escribe el brillante bioquímico que una de las dificultades para mejorar nuestra sensación subjetiva de bienestar es la ignorancia que tenemos de la composición real de la vida. Frente a eso recomienda apreciar lo aparentemente inútil, como la poesía y el arte, que la hacen digna de ser disfrutada. También, no compararse con nadie (‘una buena manera de envenenarse uno solo’): al contrario, rodearse de personas lo más inteligentes y bondadosas posible. Y rechazar metas inalcanzables o sentir los fracasos como catástrofes: antes bien, aprender de ellos, porque desarrollan alertas para nuevos contratiempos. Y si hace falta, pedir ayuda para rebajar la melancolía.

La segunda clave que propone es ‘reparación’. Como en el viejo arte japonés de recomponer lo roto, dejando vista la cicatriz y, ante daños irreparables, buscar vías complementarias. López-Otín recomienda la meditación frente a los efectos del estrés y mejorar el sistema inmunológico. Y cuando toquemos fondo, aplicarnos el sencillo mantra de "respira, ya pasará".

La tercera vía es la ‘observación’: estar atento a los demás y a uno mismo, y olvidarse del ruido. Si el cerebro humano procesa pensamientos negativos durante el 60% del tiempo, le ahorraremos sufrimiento si lo centramos. También, mantener la curiosidad, que ayuda a vivir más y mejor.

Y de la ‘observación’ a la ‘introspección’. Ya hace tiempo que los indicadores sociales reflejan que el avance el bienestar no nos hace más felices. Incoherencias, frustraciones, falsas urgencias… miedo a pararse a pensar un poco cada día, cuando necesitamos nuestro ‘ikigai’, o un propósito vital, sea la familia, el compromiso social, la religión, la belleza o el éxito profesional. Ninguno despreciable, aunque López-Otín explica que los propósitos altruistas incrementan la respuesta inmunológica, mientras que los hedonistas promueven la inflamación y reducen las defensas. La quinta clave, la ‘emoción’: integra las anteriores y, cuando son positivas, pueden mejorar la salud y compensar los daños de la adversidad.

Para finalizar, hace suyos los 14 días de felicidad que disfrutó en una vida plena Abderraman III ("y no seguidos") y nos ofrece otras tantas recomendaciones. A destacar: elogio de las emociones; vivir con intensidad; disfrutar de las cosas pequeñas y liberarse de la negatividad y las presiones tóxicas. Otras: haz tu propia ecuación de felicidad y disfrútala ya; invierte en salud y cuídala; aprende algo cada día; ten un propósito y, en caso de duda, altruismo y solidaridad como fuente máxima de felicidad. También: practica la alegría y el afecto y evita las vanidades y el ruido del mundo; y huye de las polémicas estériles. Concluyendo como Felicitas de Lechago: "La gente alegre vive mucho más; los tristes mueren de miedo".

Y que el ruido del mundo, que no paga nuestros recibos, no pueda con nosotros.

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