Por
  • Chaime Marcuello Servós

Indecidibles

Indecidibles
Indecidibles

La vida cotidiana está repleta de cuestiones indecidibles. Sin embargo, vivimos y tomamos decisiones con más o menos consciencia y naturalidad. Lo indecidible nos rodea y lo toreamos como si nada. De hecho, en la mayoría de ocasiones simplemente nos dejamos llevar, asumiendo respuestas heredadas; bien sea por tradición o bien por el proceso de escolarización obligatorio. Este se parece cada vez más a una ‘madrasa’, donde prima el adoctrinamiento por encima de la instrucción. En cierta medida, es irremediable, pues como parte del proceso de socialización es un mecanismo de modelado de hábitos que facilita rutinas y legitima lo socialmente correcto. De esa forma automatizamos respuestas y ejecutamos acciones sin entrar en detalles. Los problemas aparecen cuando alguien comienza a pensar, pregunta el porqué de las cosas y descubre que hay asuntos indecidibles.

El significado de este adjetivo según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, tiene su enjundia: "Dicho de una proposición: que, en un sistema lógico, no es posible demostrar si es verdadera o falsa". Para los expertos en computación corresponde a un tipo de problemas para los que no hay un algoritmo que permita una respuesta sí/no o verdadero/falso, correcta. Hay un arsenal de teorías al respecto. Pero más allá de esa dimensión ‘matematizable’, lo indecidible conecta directamente con las grandes preguntas de la vida. No necesitamos entrar en el universo de los números para constatar que hay interrogantes esenciales que no podemos responder… sin dar un salto al vacío.

Nuestra condición humana nos impide tener respuestas definitivas sobre muchos asuntos. Y entre ellos cabe mencionar desde el origen del universo, las claves de la vida, las hipótesis sobre la evolución, hasta el más allá de la muerte o la existencia de dioses, de un dios o de nada. Esos asuntos mediados siempre por lo que somos capaces de conocer, no tienen una respuesta única y correcta. Por eso, paradójicamente, cómo decía Heinz von Foerster "solo podemos decidir aquellas cuestiones que en principio son indecibles". Esto es, ante preguntas como las anteriores es cuando a cada quien le toca asumir el riesgo de tomar una decisión y ‘apechugar’ con las consecuencias. Pero para esto primero hay que pensar y caer en la cuenta de ello. Sin esa dosis de consciencia, ni se percibe, ni se entiende lo que aquí se plantea. Antes de reconocer la responsabilidad de las decisiones, es necesario ser consciente de que estamos decidiendo.

Cuando alguien da por buenas las explicaciones sobre el comienzo del cosmos y considera que hubo un ‘big-bang’ o un ‘logos’ que arrancó el mundo, ha tomado una decisión sobre un asunto que ante el cual no puede aportar una respuesta correcta. Sólo cabe apostar y ser consecuente con lo que se apuesta; porque tenemos la posibilidad de elegir y de ahí se derivan efectos posteriores. Quienes prefieren acomodarse con los códigos socialmente instituidos se ajustan a pautas exteriores. Además, tienden a describir el mundo como algo objetivo e independiente del sujeto. En esa perspectiva se elimina tanto el papel del observador como el hecho de observar, lo cual afecta a las conclusiones de lo que se conoce. En este caso, el mundo se descubre, se explora, se describe y se explica según las reglas que están ahí fuera. Pero también existe la otra opción, la de inventar, construir e imaginar respuestas posibles que traen consigo otra cadena de consecuencias. Y ese es el meollo, porque lo más cómodo es subirse al barco de los universos simbólicos en los que nos han sido socializado. Ahí es más fácil aceptar la lista de verdades canónicas y repetirlas, antes que dudar y pensar. Lo cual no quiere decir que los caminos recorridos por quienes vivieron antes estuvieran equivocados, al contrario. Aquí y ahora cada quien tiene que averiguar en su conciencia cómo ordena su vida, que orden pone en su mundo.

Un juego. Si tomamos las series de números, [1,2,3,4,5,6,7,8,9], [5,2,8,9,4,6,7,3,1], [5,4,2,9,8,6,7,3,1], [8,5,4,9,1,7,6,3,2]: ¿están ordenadas o no? La respuesta depende del observador que será quien decide el orden que quiere atribuir a eso que tiene ante sus ojos. ¿Cuál es la suya?

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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