Turismo cuestionable
Los espacios naturales se configuran a lo largo del tiempo a partir de interacciones entre energía, materia y biodiversidad. Sus ritmos estuvieron marcados durante milenios por la propia entropía; nada mandaba más ni menos en su libertad errante. Tampoco se daban obediencias para asegurar supervivencias: algunas triunfaron mientras que otras no. Así, entre sucesos y ciclos se ubicaron los ecosistemas en lugares concretos, no prefijados; en ello reside su grandeza. En Aragón los tenemos de diversos tipos. Son tan variados que conforman un conjunto difícilmente repetible en una extensión territorial de menos de 50.000 kilómetros cuadrados.
Entre ellos destaca sin duda, por su prestancia física, el complejo espacio pirenaico. Combinando geología con meteorología y biodiversidad se expresa ahora en valles y crestas, con sus aguas y vientos, que definen a la vez su accesibilidad. Hasta hace unas décadas, solamente en verano los ganados lo hacían suyo en sus partes más altas. Pero ahora late de otra forma. En pocos años, el Pirineo escondido salió a la luz, buscado como lugar de esparcimiento por cada vez más personas. Allí acuden para el disfrute físico y mental. Sin embargo, esta práctica provoca una masiva ocupación de enclaves singulares; en ocasiones dándose codazos, como diría el naturalista Eduardo Viñuales. No solo en la temporada de esquí se provocan las servidumbres en este territorio, frágil siempre. Ahora están proliferando prácticas deportivas variopintas. De todos son conocidas, y por muchos criticadas, las procesiones al Aneto, que emulan las del Everest. Allí coincide demasiada gente para derrotar al gigante pétreo y a la vez fortalecer su autoestima competitiva.
Para justificar lo cuestionable que es este turismo basta repasar una serie de noticias que publicó HERALDO en la penúltima semana de julio, cuando la ola de calor añadía fragilidad a la vida natural pirenaica. Unas hablaban de excursiones para refrescarse en los ibones del Pirineo; se enfatizaban las posibilidades de acceso y disfrute para todos los públicos (sic). Puede que esto tenga que ver con la guía que la Dirección General de Turismo editó para ‘ibonear’, práctica apetecible en su parte lúdica pero cuestionable en la dimensión educativa de conservación del variado y delicado tesoro lacustre.
Por los mismos días, se hacía eco HERALDO de una encuesta de ‘Montaña segura’ que subrayaba que la cuarta parte de quienes (entre 100 y 200 personas cada día) ascienden al Monte Perdido –un reto nada fácil– acceden en zapatillas de ‘trail’ y 13 de cada cien en pantalón corto. Unos días antes y después estaban programadas por algunos picos de allí carreras al filo de lo imposible. El periódico recogía que la Guardia Civil había realizado 16 rescates en Pirineos y Guara en esa semana; en agosto, más de lo mismo. Imaginemos qué sucederá cuando se multipliquen por 3 o 4 los usuarios pirenaicos veraniegos, que todo es posible.
Los Pirineos no pueden ser tomados como un parque temático dedicado a la expansión lúdica. Son propiedad de sí mismos; quienes acudimos a ellos somos usuarios en préstamo. Claro que no son un sagrario intocable, pero sí un cofre donde caben lo físico y la biodiversidad, adornados con los lazos inmateriales de la gente que los adora de verdad. Por eso hay que preservarlos en las mejores condiciones; nos hace falta una montaña segura, pero principalmente para ella misma.
Una relación de dudas razonadas sobre el turismo cuestionable llenaría varias páginas, pues no solo afecta al norte de Aragón. Por los mismos días, el accidente de un vehículo deportivo provocaba un grave incendio en la sierra de Alcubierre que amenazó con destruir su frágil entramado boscoso, tan importante en una zona esteparia.
Es cierto que el turismo es un potente vector de transformación social por su incidencia económica y en la encomienda de fijar población. Sin embargo, queda muy cuestionado cuando se masifica en eventos concretos y masivos; casi siempre, desdeñan el atractivo natural que los había incentivado. No se trata de poner cercas inaccesibles al campo, pero urge una limitación ambiental razonada y bien regulada de las expectativas comerciales y lúdicas. Hay que conseguir un turismo sostenible para Aragón, hacerlo seña de identidad, antes de que sea demasiado tarde.