Pese a los esfuerzos y las campañas de información y prevención, como las que llevan a cabo desde hace años la DGA y la Federación de Montañismo, las cifras de siniestralidad en la montaña, particularmente en el Pirineo, obligan a una reflexión abierta sobre una realidad ante la que tampoco deben decaer las llamadas a la prudencia

Aparte de un impresionante patrimonio natural que hace de motor económico y turístico de Aragón, con una significativa aportación a la riqueza y el empleo necesarios para la propia supervivencia del medio y sus gentes, el Pirineo oscense es un escenario inigualable para disfrutar del deporte o el ejercicio en contacto con la naturaleza. Miles de persones pasan todos los años por sus estaciones o practican senderismo y otras actividades con normalidad y casi plenas garantías de seguridad. Pero en la montaña el riesgo cero ni existe ni existirá: lo desbordante e imprevisible de la Naturaleza frente al hombre lo hacen imposible. Aragón cuenta con excelentes equipos de profesionales que evitan que la excepción se constituya en norma, entre los que cabe destacar los grupos de montaña de la Guardia Civil, reconocidos por sus altísima especialización y eficacia. Ni aun así se consigue neutralizar los peligros inherentes al medio –objetivos y subjetivos– y las cifras que depara este verano dan prueba de ello: doce muertos, ocho en agosto. Un precio demasiado alto y repetido ante el que habrá que hacer nuevos esfuerzos para tratar al menos de minimizarlo. La DGA y la Federación llevan años trabajando en estas línea y, aunque con frecuencia son los deportistas más expertos los que sufren los accidentes más graves, la aproximación a la montaña sin la preparación, la información, la previsión o los medios adecuados dispara el riesgo. No se puede ni se debe encarar un glaciar en zapatillas o en pantalón corto, pero tampoco se puede permitir que cada año el Pirineo tenga su "verano negro".