Por
  • Almudena Vidorreta

Burbujas

Burbujas de agua. Foto Antonio Garcia. 12-03-08
El consumo e medicamentos contra la depresión puede ser la enésima burbuja que nos explote en las manos.
Tony García / Bykofoto

La dependencia de los ansiolíticos es la última plaga postmoderna. Una de las advertencias con la llegada del nuevo curso académico en las universidades estadounidenses radica en las consecuencias del efecto burbuja: en muchas instituciones de élite (la mayoría, alejadas de las ciudades y ubicadas en idílicos parajes remotos), los estudiantes viven encerrados en el campus, donde la principal obsesión es sacar la nota más alta posible en su denso currículum. Ser el mejor. Así que, entre las necesidades especiales que requieren de ayuda psicológica y de apoyo excepcional por parte del profesorado, apenas se encuentra un joven con visibilidad reducida o un paciente con síntomas del espectro autista. Ahora, a los veinte años, dejando a un lado el déficit de atención, la depresión se lleva la palma. Pero también a los cuarenta, o los cincuenta, con la receta consiguiente, y a qué precio. Los números avalan la etiqueta de epidemia para esta adicción fatal a los opioides y sus derivados, mientras las empresas farmacéuticas se frotan las manos con el estallido de la ‘crisis del suicidio’. Wall Street augura el desplome de los que hacen negocio con el precio de la tristeza, como antaño sucedió con el mercado inmobiliario. La oferta global de los estímulos anda al alza, para suerte del comercio psicotrópico, gracias a la cultura del exceso. Vamos, consumimos, y pensamos poco, pese al consejo de los expertos. Será la enésima burbuja que nos explota en las manos, escépticos de nuestra fragilidad.

Almudena Vidorreta es profesora en el Haverford College de Filadelfia (Estados Unidos)

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