Nacionalismo y bilingüismo

Las lenguas han de servir para unir y no para separar.
Las lenguas han de servir para unir y no para separar.
HERALDO

Los que aún creen en el nacionalismo esencialista conciben la humanidad como dividida en naciones naturales, que existen desde tiempo inmemorial y tienen un derecho inalienable a la autodeterminación. Estas naciones se diferencian entre sí por una serie de ‘signos de identidad’, el más importante de los cuales sería la ‘lengua propia’. En principio, son miembros de la nación eslovaca aquellos cuya lengua materna es el eslovaco, y de la nación letona los que tienen como tal el letón. La lengua propia sería una especie de ADN cultural, algo que poseemos desde nuestro nacimiento, que no se borra nunca y que nos identifica de manera inequívoca como miembros de una determinada nación.

Pero en la vida real las cosas no son tan simples. Suizos francófonos y suizos germanófonos comparten nacionalidad, pero no idioma, mientras que mexicanos y guatemaltecos hablan la misma lengua, pero se sienten nacionalmente distintos. Sin olvidar que el monolingüismo no es el único modelo posible y que, tanto en el pasado como en la actualidad, se dan casos de sociedades que utilizan simultáneamente varias lenguas, en general en situaciones y con funciones diferenciadas.

Nuestros vecinos marroquíes hablan entre sí ‘dariya’ (árabe dialectal), una lengua bastante diferente del árabe estándar que estudian en las escuelas y usan en la administración y en las mezquitas. La situación es similar en el resto del mundo árabe: iraquíes y argelinos tienen la misma lengua oficial, pero encontrarían graves dificultades para entenderse entre sí si cada uno utilizara la variante oral propia de su país o región.

En gran parte de Europa las hablas regionales fueron reemplazadas por la lengua estándar cuando se implantó la educación general obligatoria. En algunas zonas, sin embargo, han subsistido y ha llegado a consolidarse un modelo de bilingüismo basado en el uso del habla regional en la vida familiar y en las relaciones informales, y en el empleo de la lengua normalizada (lengua nacional) para todo tipo de usos oficiales. El caso más característico es el de la Suiza germánica, donde el alemán estándar (‘Hochdeutsch’) es la lengua oficial, mientras que la población se relaciona utilizando diversas variedades de suizo alemán. Un fenómeno parecido puede observarse en partes de Alemania (Baviera), Italia (Sicilia, Nápoles, Cerdeña…) o Bélgica (Limburgo, zonas de Flandes Occidental…).

En África, un continente caracterizado por la fragmentación lingüística, gran parte de la población ha sido siempre plurilingüe por necesidad y, además de su lengua materna, es capaz de expresarse en algún otro idioma que pueda servir de ‘lingua franca’ a escala regional. El fula y los idiomas mandingos, en África Occidental, el lingala en el curso bajo del río Congo, o el swahili en África Oriental son ejemplos de lenguas regionales ampliamente utilizadas para facilitar la comunicación entre personas con diferente lengua materna. Modernamente, las lenguas de los colonizadores (inglés, francés, portugués, español) tienen también esta función.

Aquellas profesiones para las que la comunicación internacional es particularmente importante han hecho siempre amplio uso de lenguas comunes para intercambiar información. En Europa Occidental, el latín fue la lengua de la cultura durante toda la Edad Media y mantuvo hasta el siglo XIX un papel importante en la enseñanza y en el pensamiento. Francisco de Vitoria, Erasmo de Róterdam, Spinoza, Tomás Moro, Descartes o Kant escribieron en latín toda su obra o parte de ella. En nuestros días el inglés es la lengua franca por antonomasia y muchos profesionales lo utilizan como lengua de trabajo. El control aéreo, las organizaciones internacionales, las operaciones de paz o las multinacionales utilizan el inglés como lengua principal de trabajo y todos los que trabajan en estos entornos, con independencia de cuál sea su origen nacional y su lengua materna, hacen uso del inglés con colegas o clientes. 

Incluso en nuestro entorno más próximo, el bilingüismo está sólidamente asentado. Veinte mil zaragozanos usan el rumano en familia y el español en la calle y en el trabajo. La cajera (o cajero) del supermercado de Salou se dirige a los clientes en castellano o en catalán según la lengua en que les haya oído hablar. Y nosotros mismos utilizamos el inglés (de mejor o peor calidad) para entendernos durante esa escapada de fin de semana a Praga o ese viaje de fin de estudios a Tailandia. 

Y es que las lenguas no separan, sino que unen. No son enemigas de nadie, sino amigas de todos. No nos aíslan, sino que nos ayudan a comunicarnos. ¿Cómo entender, cómo aceptar, que algunos estén tan empeñados en utilizar las lenguas (la que toman por propia y la que creen impuesta) para sembrar la discordia? Y que tantos les hagan caso...

José Miguel Palacios es doctor en Ciencias Políticas

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