El análisis de Román

Román se siente desanimado ante las trabas que encuentran quienes quieren crear riqueza.
Román se siente desanimado ante las trabas que encuentran quienes quieren crear riqueza.
POL

Román es un superviviente. Ha resistido como pocos los embates de la gran crisis que nos golpea desde 2008 y sigue sin desaparecer. Se ha dejado la piel en el camino. Es un empresario que ha tenido que lidiar con todo tipo de contratiempos. Y estos han sido y son incontables. En su momento de esplendor, era un constructor con más de sesenta empleados. Y sigue en el sector. Sigue construyendo, reparando, haciendo… pero la semana pasada ha tenido que despedir a su último empleado. Mientras tanto, él continúa trabajando y saliendo adelante. Ha cambiado numerosas veces de estrategia. Se adapta y resiste. Pero cada vez está más harto del conjunto de circunstancias que le impiden mejorar. La burocracia, las trabas, los precios, las políticas públicas y los políticos profesionales, las dinámicas instauradas entre unos y otros. Eso y la edad. Porque, aunque es joven, los años comienzan a pesarle. Ya no tiene ni la agilidad para subir a tejados como el ‘spiderman’ que fue, ni la temeridad que le hacía asumir riesgos difíciles de superar. La crisis de la media vida se le está sumando a los golpes de la economía.

Román es un hombre muy inteligente, además de emprendedor y currante nato. No estudió cuando tocaba. Se puso a trabajar muy pronto. Lo que ha aprendido ha sido a partir de la experiencia y de forma autodidacta. Ahora con internet, se multiplica y no descansa. Porque cuando no sabe de algo, busca, estudia y aprende. Sabe distinguir el polvo de la paja. Sabe aprehender. Y sabe preguntar cuando necesita seguir. De vez en cuando se lamenta de no haber estudiado tras la EGB. Incluso se llegó a plantear hace unos cinco años el acceso a la universidad. Si tuviera tiempo lo conseguiría, porque tiene una voluntad férrea, capaz de enfrentar cualquier dificultad. Le faltan lecturas, erudición, pero le sobran sabiduría, inteligencia, don de gentes y capacidad de análisis.

Ahora está cansado. En la conversación que tuvimos hace unos días, se encontraba entre el desánimo, la desgana y la falta de esperanza. A mí me parece que el fantasma de la media vida le está tentando. Y es probable que así sea, pero para él las cosas tienen un componente estructural más allá de su edad. Con lo que sabe y ha vivido, está buscando alternativas. Mete más horas que un reloj, trabaja más que nunca y la rentabilidad a final de mes cada vez es más menguante. Está buscando un puesto en una fábrica, en la empresa de otros, donde hacer sus horas, las justas. Incluso menos, si le dejan. Tener un sueldo y quitarse las preocupaciones de la cabeza. O mejor dicho, cambiarlas. Quiere cultivar los árboles que tiene y la tierra que pueda en las horas que le dejará el tiempo después de hacer su jornada como empleado. Así, está soñando una alternativa a la vorágine que le lleva a invertir el día y la noche. Quiere ver con más optimismo la economía general y la de su familia.

En su análisis de la situación actual, supera con creces las mejores metodologías de los manuales ortodoxos de análisis de coyuntura. El componente subjetivo que aporta, además de estar fundamentado en su cuenta de resultados, en los datos directos de precios del mercado, en el dominio de las regulaciones administrativas, de los innumerables impuestos a pagar, cuenta con su autoridad profesional. No necesita teorías económicas ni sociopolíticas para argumentar. Lo tiene cada vez más claro. "El sistema ha crecido, como debía ser, en derechos sociales, pero ahora es el tiempo de facilitar la creación de riqueza". Y esto, según él, pasa por aligerar la presión a quienes quieren emprender y crear empleos, a quienes son ‘productivos’. A quienes suman y hacen. Y esto lo extiende a las administraciones públicas y a los funcionarios. Cuando conversamos, distingue con agudeza dónde está el sobrepeso del sistema. Sabe qué parte de la burocracia y de la Administración aportan poco o nada. Y a esto añade su completa frustración con la clase política. La ligereza y banalidad con la que juegan con las cosas, con los dineros y con las leyes… le sacan de quicio. "Si nuestros políticos se jugaran su dinero, ni perderían el tiempo, ni nos tomarían el pelo como lo toman", ‘dixit’.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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