Aranda, un masón inexplicable

No hay ni el menor indicio de que el conde de Aranda fuera masón.
No hay ni el menor indicio de que el conde de Aranda fuera masón.
Lola García

El conde de Aranda, de cuyo nacimiento en Siétamo (Huesca) se cumplen ahora tres siglos, ha sido uno de los grandes protagonistas de la historia de España. Pocos como él unieron más méritos a tan pésima fama. Tan mala, que en Zaragoza no hubo grandes dudas cuando, en 1937, hubo que dedicar una vía urbana de cierta envergadura al general Franco: Aranda, considerado más que masón, masonazo, fue el candidato perfecto a ceder el paso y se quedó sin esa calle que la Transición le restituyó.

La masonería es un invento inglés, formalizado en 1717. La idea es crear una hermandad moral y humanitaria, organizada en agrupaciones o ‘logias’, que buscan algo tan etéreo como la fraternidad universal. A través de ciertos ritos simbólicos y de jerarquías estrictas, promueve los valores de amistad, lealtad, sinceridad, tolerancia, beneficencia y altruismo, repudia el fanatismo y defiende la libertad. Tal es la teoría.

De chicos nos enseñaron que había sido masón, enemigo de los jesuitas y ¡horror! amigo de Voltaire, elogiado por los racionalistas de la Enciclopédie Française, suma de todos los males de la impiedad contra el catolicismo y el papa, pues a eso venía a reducirse el ‘enciclopedismo’. Sólo el hereje alemán Lutero era equiparado en perversidad al impío francés Voltaire. Ser amigo de este equivalía a pisar el umbral mismo del infierno. Eso se ha contado, y se cuenta, de Aranda por doquier: volteriano y masonazo.

No era tan fácil para un joven escolar averiguar cuánta falsedad había en esas calificaciones: que la relación del aragonés con Voltaire no fue de amistad; que rechazó con vehemencia ciertos elogios de personajes europeos que lo aplaudían por ser anticlerical; y otros datos que permitían a un espectador objetivo ver de forma más equilibrada a Aranda. Tuvo un medio hermano jesuita, a quien protegió, hijo adulterino de su madre, la aristócrata catalana Josefa López de Mendoza, hija de los condes de Robres.

La mayor parte de quienes se hacían eco de esos pareceres contrarios a don Pedro Pablo no sabían de este y sus acciones sino por oídas y se dejaban llevar por el principio de autoridad: si lo ha dicho mengano, ¿cómo no admitirlo? Sobre todo si entre los detractores se contaba un sabio tan verdadero, pero tan integrista, como Menéndez Pelayo, a quien siguieron muchos.

Un masón inexplicable

Dos profesores de la Universidad de Zaragoza le dedicaron estudios magníficos. El navarro Rafael Olaechea, acaso el más refinado experto en siglo XVIII español, y el oscense J. A. Ferrer Benimeli, principal historiador de la masonería en nuestro país. Jesuitas ambos. Ferrer trabaja sobre documentos como uno de la Biblioteca Nacional de Francia, en el que un señalado masón de Bagnères de Bigorra, conocedor de nuestro país por cercanía e información, lamentaba en 1787 la persecución a la masonería en España, donde la hermandad se veía "proscrita por leyes supersticiosas y bárbaras", obra de un "fanatismo hijo de la ignorancia que se sirve del pretexto sagrado de la religión para perseguir a nuestros hermanos (...) como enemigos del Estado y la religión que apenas caben en los calabozos". Y citaba como ejemplo a un militar de la Guardia Real, preso por la Inquisición, que fue liberado un tiempo después a instancias del embajador de Su Cristianísima Majestad el rey de Francia.

La masonería no era tolerada en España y en esos años puede considerarse que no existía como organización digna de atención. Hay una larga lista de logias de ingleses y franceses (recuérdese que Gibraltar y Menorca estaban ocupadas), pero sin miembros españoles, y constan disposiciones hostiles de Felipe V y de Carlos III (que la llamaba "perniciosa secta") y cierres de logias incipientes (1748, 1776).

Pasó un siglo y nadie había planteado si Aranda fue o no masón hasta que lo hizo el historiador bilbilitano Vicente de la Fuente (1874). A partir de ahí, pero sin prueba alguna, la masonería lo hizo suyo. El madrileño Miguel Morayta, gran reorganizador de los masones españoles, republicano de Castelar, aseguró que Aranda había sido votado en 1760 ‘gran comendador’ de una amplia fraternidad de logias que formaron el ‘Gran Oriente’ masónico español. Este aserto, del que no se conocen fundamentos positivos, sentó doctrina y sigue en pie en 2019. No ha servido de mucho que Ferrer recordase que en ese año de 1760 Aranda no estuvo en España. Y que no hubo ningún Gran Oriente hasta 1773, cuando Francia adoptó esta denominación, luego usual en Europa.

De Aranda no consta nada de nada en los documentos masónicos de España y Francia, siendo abundantes, pero eso no parece tener interés para quienes encuentran placer en imaginar que este monárquico absolutista, ilustrado y denodado católico incurrió en una conducta inexplicable e incongruente con su biografía.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión