Por
  • Juan Domínguez Lasierra

Lección parlamentaria

Segunda y definitiva votación de investidura de Pedro Sánchez.
Segunda y definitiva votación de investidura de Pedro Sánchez.
Efe

Mientras acababa la segunda parte de la primera parte, y a la espera de la tercera, que ya veremos si es la última del embrollo parlamentario, me encontraba revisando viejas páginas de nuestro periódico, que es ejercicio al que me someto gustoso en orden a mis pequeñas investigaciones. En el debate político de estos días se ha recurrido (debate de sordos) a la cita de un ilustrado personaje como Unamuno, por parte, curiosamente, de la llamada extrema derecha, a lo que podría sacarle punta, pero no quiero porque el menor desliz de incorrección política provoca una escandalera. En estos tiempos de exaltación del derecho a la libertad de expresión es más obligado que nunca autocensurarse, para no molestar, sobre todo, a los acérrimos defensores… de la libertad de expresión.

Pero vuelvo a mi hilo inicial, y en ese recorrer las viejas páginas de nuestro periódico, me he encontrado con una intervención del gran Joaquín Costa, de febrero de 1906, que en un acto-banquete reivindicatorio, tras el escandaloso asunto del famoso pleito de La Solana, afirmó: «No aguardéis en este banquete declaraciones políticas, porque estoy saturado de ellas». Venía pintiparado para lo que hemos asistido en la reciente pesadilla política española, pero, claro, ningún parlamentario (salvo quizá alguno de esa extrema derecha) habría osado lanzar esta cita.

Sí, estamos saturados de declaraciones políticas, pero lo que nos espera hasta la próxima convocatoria electoral va a ser de órdago. Costa, en aquel momento citado, ya había decidido retirarse de la política, harto de tanta cuchufleta. Como ven, pese a los muchos años transcurridos, seguimos en lo mismo. Bueno, alguna diferencia hay. Porque Costa se permitió el lujo (es un decir) de citar en su intervención nada menos que a Jesucristo y a la Virgen María, lo que hoy provocaría un rasgarse las vestiduras en nuestro Parlamento.

Nadie quiere ceder en esa máxima aspiración del político: acaparar el poder, todo el poder, el poder absoluto. O sea, la dictadura disfrazada de democracia.

Los pactos que se buscan ahora no pretenden llegar a acuerdos en bien del interés general, sino alcanzar parte del poder cuando no se puede conseguir todo. Con esta filosofía el espíritu pactista se va por el desagüe.

Pero hay que pactar, hay que llegar a acuerdos, y no solo en política sino en todos los órdenes de la vida, porque nadie tiene la verdad absoluta y, por eso mismo, nadie debe tener el poder absoluto. Hay que repartirlo, compartirlo, para que, dentro de la relatividad que preside toda suerte humana, se pueda alcanzar la mayor cota de adaptación a la diversidad de lo que somos.

Y como me ha salido un ‘speech’ indigno de mí, les pido excusas, aunque no creo que me distancie mucho de lo que piensan una mayoría de españoles, a los que los políticos se molestan poco en escuchar, enfangados como están en sus intereses partidistas, como anteojeras burriciegas que no les permiten ver ni los árboles ni el bosque. Y encima piden nuestro voto. Y se lo damos. Qué tonticos somos.

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