Corderos, liebres, leones

Corderos, liebres y leones
Corderos, liebres y leones
Heraldo.es

Me contaba hace unos días un colega que le cuesta mucho aceptar los límites, en especial los que llegan de fuera. El tema nos dio para conversar un buen rato. Ambos tenemos un punto ‘rebelde’, aunque los dos estamos más domesticados que los corderos en una ‘mallata’. Pero nos gusta pensar que mantenemos el fuego de la protesta en nuestro pensar y hacer. Quizá sea así porque seguimos anclados en una adolescencia pendiente de resolver. O quizá sea que nos une un punto de niños rebeldes, empeñados en no querer ser mayores. ¡Quién sabe! Posiblemente tiene que ver más con el placer de elucubrar que con las dinámicas y obligaciones cotidianas de las que ninguno de los dos sabemos librarnos.

Si Freud hubiera estado en nuestra conversación, seguro que nos habría llevado a considerar el importante peso de la moral circundante y del superego, de ese Über-Ich que hemos construido al internalizar las reglas de nuestras familias y de la sociedad. Nos habría hecho caer en la cuenta de nuestra edad y de las muchas neurosis de diversa intensidad que llevamos incorporadas. Y nos habría confrontado esta aversión a los límites externos con esos otros que nacen de dentro y con los que nos sentimos identificados. Pero esta es una distinción que nos lleva de lo psicológico a lo social y, por extensión, a lo político.

Llegamos a la obviedad de que a nadie le gustan los límites que vienen de fuera, y menos cuando son otros quienes se empeñan en imponer su criterio. Las políticas que nos dicen lo que debemos hacer, decir y pagar molestan a la mayoría. ¿Quién no prefiere hacer de su capa un sayo? ¿Quién no prefiere su propia autonomía a tener que caminar por senderos trazados por otros? Y al plantear esta pregunta nos descubrimos ante la paradoja. Entre las posibles respuestas, habrá más de uno y de dos que preferirán tener claros los límites de su mundo a cambio de reforzar su seguridad y sentido. Asumir la libertad, como muy bien explicó Erich Fromm, produce miedo. A más de uno y de una le atemorizan los riesgos de gestionar su propia responsabilidad. Es más cómodo conformarse con el mundo circundante que pensar y obrar críticamente. Pero es muy complicado romper con las rutinas, con las inercias y buscar una mirada de segundo orden desde donde continuar y trazar el propio camino. Es decir, los propios límites.

De hecho vivir es elegir y, por tanto, limitarse. Pero aquí radica el meollo de la cuestión, uno acepta limitarse a sí mismo o imponerse una tarea a cumplir si nace desde su voluntad. Y así aparecen temas tan densos y controvertidos como la sumisión a las leyes, la renuncia al uso de la fuerza o los impuestos que se han de pagar. El abanico de posiciones ante el asunto es tan viejo como la historia de las civilizaciones. Es la tensión entre individuo, sociedad y Estado, entre el yo y el nosotros, que no tiene una respuesta trivial. Por ejemplo, el debate sobre si el dinero debe estar en el bolsillo de los contribuyentes o es más conveniente que sea gestionado por la Administración Pública no es simple de responder. Ninguna respuesta dogmática nos servirá, ni individual ni colectivamente. Estamos obligados a pensar cómo queremos vivir y qué sociedad queremos construir.

A mi compañero de discusión y a mí mismo nos parece mejor que cada quien se responsabilice de sí mismo. La libertad individual es el primer pilar desde donde edificar cualquier propuesta. Pero también sabemos, como dice el dicho, que ‘unos sirven para vendimiar, y otros para sacar cestos’. Hemos de recordar que tenemos distintas capacidades. Y sabemos que todas las tareas son necesarias y no se deben menospreciar. Pero también hemos de reconocer que esa diversidad de capacidades nos muestra la condición de seres frágiles y vulnerables. Por eso necesitamos sistemas donde cuidar nuestras debilidades, nos necesitamos para cuidarnos mutuamente. Y, como dijo la liebre al león: "He anhelado ardorosamente ver llegar este día, a fin de que los débiles seamos respetados con justicia por los más fuertes". Los límites van de suyo en la condición humana. Como escribió Esopo, hemos de pensar que "la fortaleza más grande, siempre se mide en el punto más débil".

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