Por
  • Víctor Juan

San Pedro

El Mar de Aragón en Caspe.
El Mar de Aragón en Caspe.
Esther Casas / HERALDO

Mañana se celebra el día de San Pedro y San Pablo para recordar que un 29 de junio fueron martirizados en Roma los apóstoles Simón Pedro y Pablo de Tarso. Aunque es la segunda ocasión que dedico mi colaboración en esta sección a un santo, ni soy especialista en hagiografía ni hay en el mundo muchos santos de mi devoción.

Durante un tiempo festejé el día de San Pedro porque en Caspe tenemos mar, el Mar de Aragón, y un barrio de pescadores y yo fui un niño pescador. Si mi abuelo Valentín no me hubiera llevado a pescar, yo no hubiera pasado miles de horas sentado a la orilla del pantano de Mequinenza, bajo un sol que partía las piedras, soñando quien quería ser, deseando que fuera mañana, recordando lo que había sido ayer. Si yo no hubiera sido un niño pescador no dominaría el arte de perder el tiempo, ni hubiera hecho mis investigaciones sobre el comportamiento de las musarañas ni sería hoy especialista en la flora y fauna de Babia, ni pretendería el silencio, ni hubiera hecho de la soledad una dulce costumbre como canta George Moustaki. Quizá tampoco me gustaría mirar la realidad desde varios puntos de vista para poder pensar una cosa y la contraria. Y no sabría vivir esperando que enciendas la luz y vuelva la calma tras la tormenta. Rainer María Rilke escribió que la infancia es nuestra auténtica patria. Yo descubrí mi patria en las orillas de aquel mar de sueños, con las palabras que me enseñó mi madre para nombrar el mundo, para entenderlo y para intentar transformarlo.

Víctor Juan es director del Museo Pedagógico de Aragón

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