Por
  • Chaime Marcuello Servós

Del huerto a la mesa

La consciencia siente y reprime lo que instintivamente brota como deseo
La consciencia siente y reprime lo que instintivamente brota como deseo
ISM

Epicuro (341-270 a.C.) escribió en su ‘Carta a Meneceo’ que "ni las bebidas ni las juergas continuas ni tampoco los placeres de adolescentes y mujeres ni los del pescado y restantes manjares que presenta una mesa suntuosa es lo que origina una vida gozosa sino un sobrio razonamiento que, por un lado, investiga los motivos de toda elección y rechazo y, por otro, descarta las suposiciones, por culpa de las cuales se apodera de las almas una confusión de muy vastas proporciones" (§132). Unos cuantos párrafos antes afirmaba que "el placer es principio y fin de la vida feliz. Al placer, pues, reconocemos como nuestro bien primero y connatural, y de él partimos en toda elección y rechazo, y a él nos referimos al juzgar cualquier bien con la regla de la sensación" (§128).

Epicuro, desde su ‘Escuela Jardín’, practicó una manera de ver y vivir la vida que se le enfrentó a los poderes de su tiempo. Proponía una moral autónoma, sin depender de dioses y supersticiones; una forma de actuar donde "el placer es el objetivo final", pero no el de los ‘viciosos’, pues "el principio y el mayor bien es la prudencia". Epicuro, en su manera de pensar, compartía elementos del ‘hedonismo’ como posición moral que hace del gozo, del placer, el fin último de la vida; pero lo domesticó desde la crítica. Así colisionaba y sigue colisionando tanto con quienes se sumergen en el desenfreno, como con quienes enfatizan dogmas morales de manera acrítica. E introdujo un revulsivo, los placeres de la inteligencia; que le llevaron a una posición clásica en la ética griega: la templanza y la moderación. Y esto, como cualquier otro asunto humano, es algo socialmente situado y construido.

Unos cuantos siglos después, en 1920, Sigmund Freud escribió su artículo ‘Más allá del principio de placer’. Y comenzaba diciendo: "En la teoría psicoanalítica adoptamos sin reservas el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Vale decir: creemos que en todos los casos lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación de displacer o una producción de placer". A su manera y con su particular modo de describir lo humano, Freud volvía al mismo asunto: enfrentado el principio de placer al principio de realidad. Es la batalla entre los deseos, la búsqueda de satisfacción y la confrontación con lo cotidiano.

Las pulsiones interiores, las pasiones personales e intransferibles, lidian con el mundo externo. Con eso y con esos que están ahí, que me envuelven y con quien vivo. Es un juego, una dinámica de la consciencia que siente y reprime lo que instintivamente brota como deseo. Esa energía emocional, esas fuerzas internas se viven y se metabolizan de múltiples maneras, pero siempre se hacen en un contexto socialmente articulado e individualmente interpretado. Por eso mismo, somos casi-autores de nuestra historia. Hay una dimensión de nuestro propio ser que se nos escapa, que nos hace buscar una explicación para dotar de sentido a la propia vida, huyendo del dolor y de la muerte. Esa constatación de la distancia entre el ser y el desear, entre los sueños y la realidad, entre la voluntad y los límites nos pone en unas coordenadas comunes a todos los seres humanos. A su manera fueron descritas por esos dos grandes del pensamiento occidental. Epicuro y Freud nos sirven tiempo después para entender que somos narradores de lo que vivimos, de lo que sentimos. Es decir, somos porque sentimos, porque soñamos y porque queremos conseguir lo que nos gusta, lo que nos produce gozo. La gran paradoja es descubrir que el placer, como el éxito, es algo íntimo e inefable. Cuanto más lo quiero explicar, más lejos queda. Y cuanta más teoría añadimos para contar lo esencial, más lo complicamos. Epicuro decía que el grito del cuerpo es "no tener hambre, no tener sed, no tener frío". Y en otro lugar pedía un tarro de queso para darse un festín. A otros nos basta con un tomate recogido del huerto, una tostada de pan, ajo, sal y aceite. ¡Qué más se puede pedir!

Chaime Marcuello es profesor de la Universidad de Zaragoza

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