Por
  • Francisco Bono

La felicidad y las promesas

La felicidad y las promesas
La felicidad y las promesas
F.P.

Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba" (Gilles Lipovetsky, 2008). Esta frase, citada por María José Bernuz en la obra colectiva ‘Democracia y protesta’, de la editorial Sibirana, corresponde a un libro titulado muy acertadamente para el propósito de este artículo, ‘La sociedad de la decepción’. Y es que estamos en unas fechas en que van a coincidir, de forma sucesiva, todos los significados de las palabras aquí utilizadas.

Hacemos alusión, en efecto, a los aspectos económicos de las campañas electorales que se vienen sucediendo en nuestro país y, consecuentemente, de las promesas para alcanzar los placeres paradisíacos que nos ofrecen los diferentes partidos políticos, placeres que suelen requerir o bien echar mano del bolsillo del contribuyente, subiendo impuestos, o bien reducir estos mismos impuestos sin explicar a costa de qué sacrificios en el gasto (mientras llega el aumento de recaudación previsto en esa reducción).

Y a este respecto voy a atreverme a hacer una afirmación políticamente incorrecta, como es que –a diferencia de lo usualmente postulado– sería muy deseable que un alto porcentaje de las promesas lanzadas no fueran cumplidas. Y a cuento de qué viene semejante ocurrencia, dirá algún lector... Pues bien, viene a cuento de que la aplicación de lo prometido supondría una fuerte carga adicional excesivamente pesada para las arcas públicas, muy dañadas ya actualmente por un déficit crónico y una pesadísima deuda. Es decir, nos encontramos con una situación paradójica de partida, como es que España precisa de unas medidas económicas que son precisamente las contrarias a las que prometen los partidos en sus campañas.

Y es que la realidad es muy ingrata y dura, y en muchas cuestiones tiene poco que ver con las ideologías, e incluso con las preferencias éticas de cada grupo de personas, sean partidos u otro tipo de instituciones. Me refiero sobre todo a la realidad económica, que, guste o no a algunos, fija muchas restricciones difíciles o imposibles de superar. La economía no es –desde luego– el único factor a considerar en la marcha de las sociedades, pero sí es un importante condicionante del bienestar de los ciudadanos (como bien parodiaba la actriz Zsa Zsa Gabor, "el dinero no da la felicidad pero ayuda a calmar los nervios").

En cualquier circunstancia resulta bastante comprensible que los partidos políticos quieran ganar votos prometiendo el oro y el moro por doquier, pero todo debe tener un límite y todo debería estar sustentado en cálculos que garantizasen un mínimo de coherencia en lo que se propone. Pero, sobre todo, las promesas electorales deberían considerar que, junto a las actuaciones económicas de carácter inmediato para una legislatura, es necesario no perder la perspectiva de un horizonte a más largo plazo y los escenarios a los que se verán abocadas las nuevas generaciones.

Sería deseable que se expusieran planes sobre aspectos como la sostenibilidad del sistema de pensiones, el mantenimiento de los actuales niveles de la sanidad pública, la proliferación de las subvenciones de dudosa finalidad, el enfoque de la educación dentro de la nueva sociedad que se vislumbra, el drama de la despoblación en amplias zonas del territorio, la necesidad urgente de unas políticas adecuadas de aumento de la natalidad... Y, junto a ello, planteamientos como la reducción del gasto público improductivo, la reducción del tamaño y de la burocratización de la Administración, la simplificación y homogeneización de la legislación en materia económica. Y muchas otras materias más.

Mucho me temo que hablar de estos temas en las campañas concita poca atención de los votantes. Parece que aporta más réditos electorales ofrecer promesas de corto plazo, sea cual sea su repercusión futura. Pero esto es precisamente lo que no debería hacerse, y desde luego parece que ningún grupo político –en mayor o menor proporción– está dispuesto a sacrificar sus resultados inmediatos por planteamientos a futuro. Sería necesario llegar a pactos de Estado entre los principales partidos, pero todos sabemos que hoy por hoy eso es una entelequia en nuestro país.

La Comisión Europea y el propio presidente de la Airef han alertado ya sobre los riesgos de nuestra economía y sus argumentos no parecen casar mucho con la felicidad prometida en las campañas. Al final, la realidad se impondrá en la vida cotidiana... como siempre.

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