El vértigo de la inestabilidad
El inicio de la campaña electoral, esta pasada medianoche, obliga a hacer un llamamiento a los partidos para que practiquen el democrático debate de ideas y el juego limpio. Los ciudadanos podrán elegir libremente si las formaciones políticas no conciben la campaña como una contienda verbal contra el enemigo, sino como una oferta razonada entre programas alternativos.
Entra España en la fase final antes de las elecciones generales del 28 de abril. La cita con las urnas dará paso a una nueva legislatura, después de cerrar otra muy peculiar, que arrancó tras dos elecciones (diciembre de 2015 y junio de 2016) y más de 300 días de gobierno en funciones, y que ha tenido dos presidentes del Ejecutivo estigmatizados por la debilidad a causa de la fragmentación política, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Tras esta legislatura estéril, es preciso alumbrar otra que se sustente en la estabilidad para abordar los retos que el país tiene por delante.
Las perspectivas no son tranquilizadoras. Las encuestas no permiten prever el fin de la fragmentación política y el tono de enfrentamiento verbal al que hemos asistido en la precampaña –llegando incluso a incidentes totalmente condenables, como el acoso sufrido ayer en Barcelona por la candidata del PP Cayetana Álvarez de Toledo– augura muchas dificultades para formar una mayoría estable para gobernar. Parece que en la conducta de ciertos líderes pesa más el interés inmediato del partido que el de toda la sociedad a largo plazo. No obstante, hay tiempo para rectificar y mejorar lo visto hasta ahora. Los partidos no deben imponer ni vetos ni maximalismos programáticos, sino establecer ámbitos de consenso para impulsar reformas legales, necesarias y largamente aplazadas, en pensiones, educación, energía o función pública, entre otros muchos ámbitos. Solo así, y no con cruces de frases gruesas, cumplirán su obligación.