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    Peor, ¡imposible!

    La primera ministra británica, Theresa May.
    La primera ministra británica, Theresa May
    Reuters/Neil Hall

    Los británicos vivían holgadamente dentro de un magnífico apartamento en el selecto edificio de la Unión Europea. Pero los euroescépticos les prometieron que, si votaban por salir de la UE, vivirían mucho mejor en una casa aislada sin tener que aguantar las rarezas de los vecinos. El ‘brexit’ les iba a proporcionar más soberanía, más control de las leyes y las fronteras, más restricciones a la inmigración y más libertad de comercio. Sorprendentemente, un poco más de la mitad de los votantes decidieron dispararse al pie y votar por el divorcio. Dos años y medio después y tras negociar un pésimo acuerdo de separación, el país está hoy más dividido, asustado y desnortado que nunca.

    Como a la lechera del cuento, los sueños de los euroescépticos se han desvanecido cuando el cántaro se ha roto y se ha derramado la leche que iba a vender al mercado a tan buen precio. En realidad, más que sueños hubo muchas mentiras y, ahora que los ciudadanos las han descubierto, no saben qué hacer. Ante la posible derrota, mañana, de Theresa May en el Parlamento británico, se habla de un indefinido ‘Plan B’: solicitar una prórroga a la fecha de salida (29 de marzo) o permanecer en el espacio económico europeo (como Noruega e Islandia) o seguir en la unión aduanera o unas elecciones anticipadas o… un segundo referéndum.

    Los euroescépticos arrastraron al Reino Unido a divorciarse de Europa. Y ambas partes han pactado ya el reparto de bienes y la custodia de los hijos. Pero mientras la UE se queda donde estaba, en el confortable y seguro edificio común, los británicos tienen que buscarse otra vivienda. Probablemente tendrán que mudarse a una más pequeña y en un barrio peor.