Emilio Pedro Gómez inaugura 'Poetas de Enkuadres'

“Quisiera transmitir en mi poesía apuntes de revelación y de belleza”.

Emilio Pedro Gómez inaugura 'Poetas de Enkuadres'
Emilio Pedro Gómez inaugura 'Poetas de Enkuadres'
Archivo de Antón Castro

Emilio Pedro Gómez (Astorga, León, 1951) reside en Aragón desde hace más de 40 años. Ha publicado una decena de libros de poesía y ahora inaugura la colección Poeta, en el cuidado sello Enkuadres de Valencia, con ‘Motivos de horizonte’: un poemario sobre el silencio, la palabra, el viaje, la intuición y el compromiso con la creación.


-¿Qué hace un matemático en la poesía?


Lo que tantos otros matemáticos y poetas como yo, de Omar Khayyam a Jorge Riechmann. Matemáticas y poesía pueden seducirse mutuamente, tienen mucho más en común de lo que aparentan: su alto rango de autonomía respecto a la realidad, la capacidad de imaginar precisa a poetas y matemáticos, el uso del subconsciente en sus investigaciones singulares, su empeño en aproximarse a expresar el infinito o lo aparentemente imposible...


¿Qué le ha reportado la poesía en el aula?


La poesía se colaba en mis clases por diferentes resquicios. Por ejemplo con estos versos de Ángel Guinda: “¿Qué cambiaría no cambiar / Uno es dos menos uno: / Soledad es uno menos todos los demás. / ¿Qué no cambiará no cambiar?”. Responder a alguna de estas preguntas podría sumar un punto extra al final de un examen. Los alumnos suelen recordar lo que se salía de la rutina. Mis propuestas poéticas despertaban un asombro y una valoración que parece no haberles borrado el paso del tiempo.


-Cuando uno repasa su trayectoria, y usted lleva más de treinta años de poeta: ¿qué piensa, qué ve, cómo se ve?


Comencé escribiendo en la soledad prepirenaica, aislado de colegas, críticos literarios y cualquier otro tipo de parnaso. He observado a cierta distancia el paso de sucesivas generaciones: la del 50, los ‘Novísimos’, el enfrentamiento, a veces enconado, entre la poesía de la experiencia y la poética del silencio... convencido de que en todos los bandos había buena y mala poesía. Ahora me alegra el reverdecimiento de una poesía social, no pocas veces de aliento libertario, en la que se pretende una insurrección simultánea en el campo de la realidad y en el del lenguaje. La antología ‘Once poetas críticos’ de Enrique Falcón puede servir de muestra de esta realidad.


-¿Cuál es el valor de la memoria para usted? ¿Cómo se ha transferido a tus libros?


Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la memoria. Hay recuerdos que están pero se resisten empecinadamente a aparecer, acuden otros que no llamas... Lo que sobrevive al final es una forma de ficción. Casi siempre el recuerdo adquiere un grado de realidad imaginario. No recuerdo donde leí: “la memoria es la luz que vierte sombras”.


-¿Y el viaje? Da la sensación de que siempre está viajando y repasando las huellas de sus pasos.


Viajar y caminar estimula una manera de mirar y escuchar más honda y lenta, impulsa mi conciencia poética abierta al descubrimiento del paisaje externo e interior, la percepción y expresión del instante... Una vez jubilado he podido elegir con más libertad el uso del tiempo y he procurado emplearlo en lo que realmente deseo hacer: viajar, caminar y reflexionar sobre las huellas propias y ajenas con aliento poético forman una parte significativa de ese deseo.



-También le ha dedicado dos poemarios a su madre y el Alzheimer. ¿Estamos hablando de una experiencia límite?


Sí. Somos también lo que no recordamos, pero la convivencia cotidiana y emocionalmente intensa, durante dos años, con una persona invadida de olvido, sobrepasa las fronteras convencionales. Quien sufre el Alzheimer aunque se olvide de hablar, mantienen avivada la expresión de sus afectos. Si esa persona es tu madre, llegas a ponerte en su lugar espiritual y materialmente, cumpliendo un ciclo en que los papeles se han intercambiado. Así intentan expresarlo estos versos que le dediqué: “...te cambio los pañales / sin vulnerarte el aura... / La hija que no tuve / me observa en tu mirar / embelesada”.


-Acaba de publicar ‘Motivos de horizonte’ e inaugura colección en Enkuadres de Valencia. ¿Qué significa para usted ese hecho y cómo define este poemario?


Ha significado un honor para mí la solicitud de un libro inédito que me hizo el editor Sergi Martínez y el hecho de que el poemario que les ofrecí haya sido elegido para iniciar su colección ‘Poetas’. ‘Motivos de horizonte’ es fruto de un cierto golpe de timón en mi trayectoria literaria hacia una poesía de mayor indagación en el lenguaje, incluyendo el intento de expresión del misterio latente en lo cotidiano o de algunos trasfondos de esta crisis desde el propio poder en rebelión de la palabra.


-¿Qué busca, qué estados o sensaciones quiere transmitir?


Poco a poco me he ido convenciendo de que es preferible dejar en manos de la narrativa lo descriptivo, el relato, las explicaciones… Merece la pena afrontar una poesía como espacio para indagar más allá del pensamiento lógico, abriéndose sin prejuicios a la intuitivo, a una percepción más espontánea de la realidad. Intento abordar lo que somos y no somos a la vez, los ámbitos borrosos de nuestro sentir y de nuestro pensar. Y para expresarlo, tal vez hay que adentrarse en terrenos inexplorados del idioma, transgredir con más o menos delicadeza la gramática, dotar de otro sentido la escritura… Quisiera transmitir con todo ello, apuntes de revelación y de belleza. Desearía provocar en quien lea estas páginas tantas emociones evocadoras e insólitas como yo he percibido al escribirlas.



-Confiesa que busca la claridad. El libro, brillante, muy elaborado, es complejo. ¿Cómo explica esta paradoja?


No pocas veces me he quejado de quienes convierten sus poemas en jeroglíficos, en puro juego verbal para complicar lo sencillo, para oscurecer lo claro. Otra cosa bien distinta es intentar nombrar lo que, formando parte de nuestra vida, habita en las proximidades de lo inefable. Al acercarnos a él con ánimo de nombrarlo, las palabras y el silencio se transforman en algo más que un instrumento literario: alcanzan una relevancia inesperada, integradas en el propio misterio que se pretende desvelar. Por eso, tal vez, palabra y silencio protagonizan muchos poemas de la primera parte del libro: ‘Todo ocurre en los nombres’.


-¿Quiere ser exigente con el lector?


‘Motivos de horizonte’, en efecto, incita a una lectura menos cómoda, más activa, que otros de mis poemarios anteriores. Quien lo lee puede sentirse impelido, en determinados versos, a realizar un esfuerzo reflexivo, incluso de recreación de lo escrito, compartiendo con el autor su búsqueda. Ojalá la asunción de ese reto, llegue a provocar en algún momento, esa satisfacción de llegar más allá de lo esperado, esa sensación venturosa de la aventura que es -o tal vez, debería ser- la poesía.



-Habla de una zona de frontera. ¿A qué se refiere exactamente?


He pretendido escribir, con transparencia sugeridora, aproximaciones a esas zonas de frontera a las que sólo es posible acceder con percepciones primordialmente intuitivas, casi siempre simultáneas, imposibles de desmenuzar con los principios habituales de la razón. Intuiciones, presagios, resonancias, atisbos de veladas trasparencias, sentires inconexos, nieblas de signos sin aparente significado, insólitas fusiones de sentidos… Para ello, la escritura sintética (más que fragmentaria), las elipsis, el uso de sinestesias, metonimias, etc., pueden servir de certeros instrumentos si se acierta con la ocasión.


-Recomiéndenos, cerca ya del Día del Libro, tres grandes poemarios que le hayan emocionado y que sigan haciéndolo.


Atendiendo al torrente o poso de emociones emitidas, prefiero no arriesgar eligiendo tres “pesos pesados” bien distintos, al margen de la actualidad: ‘Edad’ de Antonio Gamoneda, ‘Punto y aparte’ de Miguel d´Ors y ‘Voces reunidas’ de Antonio Porchia.


-¿Cuál sería el verso o la estrofa que mejor le define como poeta y como hombre?


En cierta ocasión escribí un epitafio que aún pudiera servir: “Quise vivir en poesía”.