Entrevista a María Luisa Grau

"Llegó el cuentacuentos con su cesta y la serpiente y empezó a contar"

María Luisa Grau es licenciada en Historia del Arte y estudiosa del arte mural. Ha analizado los murales del Edificio Pignatelli, entre otros muchos.

María Luisa Grau.
?Llegó el cuentacuentos con su cesta y la serpiente y empezó a contar?

María Luisa Grau (Andorra, Teruel, 1983), licenciada en Historia del Arte, es estudiosa del arte mural, al que le ha dedicado su tesis doctoral. Ha investigado espacios como Las Vegas y la obra de Antonia Dans, la cafetería Palafox y las pinturas de María Pilar Burges, por citar algunos ejemplos. Y ha analizado la obra de creadores como Santiago Arranz, Villaseñor, Julián Borreguero, La Hermandad Pictórica, Jorge Gay, Pascual Blanco, Darya von Bernier o José Manuel Broto, entre otros, así como los murales del Edificio Pignatelli


-¿Cómo se define: investigadora, apasionada del arte?

Voy por un camino que, siguiendo la senda del arte, me haga vibrar con lo que hago y que, al mismo tiempo, sirva para que otros puedan disfrutar y crecer.


-¿Qué le atrajo de la pintura mural a la que le ha dedicado su tesis doctoral?

En un principio estaba interesada en otro asunto que finalmente se cayó. Surgió entonces el arte público y, más concretamente, la pintura mural porque casi no se había tratado hasta entonces. Me sentí muy cómoda con el tema, sobre todo con lo que eran los trabajos en el espacio urbano. Poco después cuando me di cuenta de que, curiosamente, no era un tema tan ajeno a mí; me acordé que cuando era pequeña siempre me fijaba en los murales que habían hecho los alumnos del Colegio Gloria Fuertes de Andorra (Teruel) en una tapia cerca de mi colegio o los de los chicos del instituto a lo Keith Haring. Cuando venía a Zaragoza, pasaba lo mismo. Siempre me fijaba en el mural de la Puerta del Duque de la Victoria en San Miguel. Al verlo, pensaba “ya estamos en Zaragoza”.


- ¿Cómo ha sido la experiencia de investigar? ¿Qué es lo mejor que ha encontrado?

La experiencia de la investigación, como cualquier carrera de fondo, supone dedicación, paciencia y renuncias. Es un camino difícil y solitario, pero que también tiene muchas recompensas. La primera es el disfrute que supone indagar en un tema inédito y que, además te gusta, las sensaciones que tienes cuando encuentras aquello que buscabas entre un montón de documentación o cuando conoces a un pintor que te abre las puertas a historias ya pasadas. No menos importante es el aprendizaje personal que te aporta el proceso de investigación, aprender a enfrentarte y superar inseguridades, el saber medir tus fuerzas y el saber rendirte cuando es necesario, el sentido de orden y disciplina que adquieres, en definitiva, conocerte a fondo. Como casi siempre en la vida, lo mejor que he encontrado ha sido la gente; los compañeros que, como yo, empezaban su investigación o ya estaban inmersos en ella, y que, unos a otros, nos ayudábamos, nos escuchábamos y nos divertíamos juntos, hasta pasar a ser muy buenos amigos.


-¿Qué mural es el que más la conmueve o la ha conmovido?

Más que de un mural en concreto, yo hablaría de aquellos murales que nacen con la vocación de actuar como un altavoz de la opinión de la ciudadanía, de sus necesidades, y al mismo tiempo, hacer algo por ofrecer soluciones al respecto. Me refiero a la experiencia del Colectivo Plástico de Zaragoza, pero también a las iniciativas del mismo corte que se llevaron a cabo durante la Transición en Madrid o Barcelona y también, cómo no, al arte urbano que actualmente, y con esta misma intención, recorre las calles de los tan, lamentablemente, incendiados países árabes. 


-¿Qué suele hacer en verano? ¿Es de playa, ciudad, montaña, pueblo?

¡Después de tener que pasar los últimos años en Zaragoza ya no sé si soy de playa o montaña! Sí te puedo decir que siempre he intentado “escaparme” unos días a Andorra y, si era posible, hacer algún plan también con amigas, a poder ser Cádiz. 


-¿Cuáles han sido el viaje y la ciudad de verano de su vida?

Un viaje que hice el año pasado a Marruecos para participar en un proyecto de pintura mural comunitaria en un pueblo cerca de Rabat. Hacía tiempo que quería visitar el país. Fue una experiencia única, inolvidable. Durante quince días estuve conviviendo con un grupo de jóvenes de Marruecos en un pueblo bastante pequeño, lo que me permitió ver la forma de vida más tradicional y humilde que hay en el medio rural. Una de las mejores anécdotas fue la del cuentacuentos que llegó al pueblo y que, equipado únicamente con una manta y una cesta con su serpiente, comenzó a contar o, mejor dicho, a representar un cuento, que no entendí. Me pareció alucinante la manera cómo gesticulaba y se movía y la atención del grupo de hombres que le rodeaban, parecía que estaban hipnotizados. 


-El verano, que se va, está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cuáles son sus mejores recuerdos?

La rutina del verano en el pueblo se rompía cuando íbamos al huerto a pasar el domingo con la familia. Allí transcurría el día mientras comíamos y disfrutábamos de la sobremesa bajo el frescor de la sombra y el aroma de la parra, salíamos a caminar por el monte, recogíamos fósiles o arcilla con la que luego jugaba en casa. Años después, el ‘mas’ y el huerto desaparecieron con la ampliación del polígono industrial. Desde entonces, ya no he querido volver a pasear por allí. 


-¿Sus canciones y sus conciertos de algún verano inolvidable?

Soy más de conciertos de invierno, pero si se trata de vincular música y verano, escogería a Delafé y las Flores Azules porque, aunque esté soplando con fuerza el cierzo de diciembre, te hace sentir, por las letras y el buen rollo que tienen, como si estuvieras en pleno verano.


-¿Quiénes son sus artistas favoritos?

Me gusta especialmente la pintura española de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Destacaría a Mariano Fortuny, Anglada Camarasa, Joaquín Mir, Santiago Rusiñol, Ramón Casas o Francisco Pradilla… Ah, y por supuesto, tampoco puede faltar el cartelismo.


-¿El menú de un día perfecto?

Comer con los míos, a ser posible al aire libre, una fuente rebosante de tomate del huerto y olivas negras, acompañado de ternasquico a la brasa y un buen alioli.


-¿Quién es el personaje, imaginario o real, de sus vacaciones?

Fue, durante mucho tiempo, el escritor Amin Maalouf gracias a que mi profesora de Lengua y Literatura del instituto me sugirió ‘Samarcanda’. El libro me gustó tanto, tantísimo, que durante los siguientes veranos siempre leía alguno de los libros de Maalouf que mi hermana me iba regalando. 


-¿Cómo fue su primera vez?

Mis primeras veces son siempre una mezcla de expectación y mucho nerviosismo, interrogándome con un poquito de temor y curiosidad sobre el qué pasará después. 


-¿Cuál es la mejor o la más extraña anécdota de unas vacaciones?

Está por llegar. Sentir un flechazo mientras te dedicas a investigar sería una buena anécdota ¿no?