Julián Fuentes Reta: “El teatro forja identidad, dignidad y sentido crítico”

El director aragonés es candidato a dos premios Max con su trabajo en la obra 'Cuando deje de llover'.

Julián Fuentes Reta.
Julián Fuentes Reta
Enrique Cidoncha

Julián Fuentes Reta (Zaragoza, 1978), ha trabajado como actor, director, dramaturgo y pedagogo en Australia, Canadá, Vietnam, Francia, Portugal, Italia y España. Es director artístico de la compañía Corazón de Vaca, en la que ha integrado instituciones y actores australianos y aragoneses. En noviembre pasado estrenó en el Teatro Español de Madrid su versión de 'Cuando deje de llover', del australiano Andrew Bovell. Con ella aspira este lunes a lograr el premio Max a la mejor dirección de escena y al mejor espectáculo teatral.


'Cuando deje de llover'. Háblenos de la obra de Andrew Bovell.

Es una historia magnifica. Desde la primera lectura te golpea frontalmente, con una fuerza inmensa, como el cierzo. Yo he vivido en Australia varios años, así que tenía una posición privilegiada para entenderla en toda su magnitud. Siempre bromeo con los australianos diciéndoles que su país es como mi tierra, Aragón, dura y hermosa precisamente en su dureza, y que quizá por eso he creado un vínculo tan grande con ella y con sus conflictos. En este caso estamos hablando de un continente entero, no de una región, pero de todos modos la tierra modela a la gente a su imagen y semejanza. Y polvo, viento, niebla y sol, bien podría ser también una buena descripción de Australia. La historia habla de padres, hijos y deudas, y esto no tiene que ver con ningún país en concreto, sino con el paisaje de la raza humana en su conjunto.


Una de las claves del éxito de la obra ha sido el reparto.

Los programadores y determinados productores tienen una mentalidad industrial extremadamente elitista, que cierra las puertas a todo aquel que no haya entrado en el “ciclo de la fama”. Pero si una obra funciona o no depende de cómo este forjada. Productores del mundo, arriesgad. A este reparto lo hallamos en encuentros, más que en 'castings'. Nos sentamos en sesiones de trabajo y decidimos quién podría ser el más adecuado para cada papel.


¿Cómo nació su vocación por el teatro en la Zaragoza de los 90?

Empecé tarde. A los veinte. Estudiaba historia. Estaba en un grupo de teatro universitario, A.C.M.E teatro, dirigido por Maria Angeles Pueo y relacionado con Teatro Che y Moche. Joaquin Murillo andaba por allí también, y Maria Angeles y Joaquín eran nuestras referencias. Recuerdo sobre todo que Mª Angeles nos agarró con su manera de entender el teatro como una fiesta, una celebración. Íbamos y nos enredábamos en lo que hacíamos porque era, siempre, un sitio donde pertenecer, donde hacer cosas por el hecho de estar y compartir con otra gente. Yo estaba con la crisis de la primera juventud, no sabía a qué dedicarme. Y me di cuenta de que aquello, al parecer, se me daba bien: me lo decían otros y les hice caso. Realmente, creo, lo que yo quería era contar historias, y el teatro estuvo en el momento adecuado y en el sitio adecuado en mi vida. Me he criado prácticamente en la librería Cálamo, en la plaza de San Francisco, leyendo y devorando libros, y mis padres son también enormes devoradores de historias. Así que un día, supongo, me di cuenta de que el teatro era una manera de aunar todos los factores de contar una buena historia. Con el apoyo de mi familia entré en la ESAD de Torrelodones, ya desaparecida, y empecé.


Tuvo que salir de España para formarse.

Las cosas claras: en España hay sitios donde formarse pero, como en todos los sitios, no hay de todo. En España estamos muy, muy lejos de tener el mismo estándar en educación teatral que países como Canadá, Australia o Reino Unido. ¿Qué hay, dos universidades de Teatro que ofrecen una titulación completa? ¿Dos? ¿Con treinta plazas cada una? Cada año cientos de personas se presentan tanto en Barcelona como en Madrid para esas treinta plazas. Hay escuelas en otros lugares que ofrecen una diplomatura. ¿Para qué nos va a servir ese título si en este país las artes aun son vistas como ocio? ¿A qué productor de una gran compañía le importa dónde has estudiado, en este campo? Esto es un error de bulto. Aquí no cala el hecho de que el arte conforma cultura y la cultura identidad y capacidad de resistencia. En esta bendita tierra de socializar, muchas veces se te cuenta que lo que tienes que hacer es tener amigos poderosos, y eso es debilitante y oligárquico. Muchas veces son los propios artistas los que contribuyen a mistificar el arte mismo: no, la respuesta es que es un trabajo y, como en cada trabajo, vale la experiencia, el estudio y la dedicación. No creo en el talento ni en la inspiración. El genio... me horrorizan esas palabras. En España hay aún mucho genio y mucho rollo. Menos arte y más obra. Me fui porque necesitaba cosas de otros lugares: ahora bien, mucha gente viene a España precisamente porque necesita cosas de España. La realidad es que toda esta historia de las fronteras y las competiciones entre entornos culturales es un invento enorme para perpetuar un sistema. Creo que somos todos, de una manera u otra, nómadas, y tenemos derecho a movernos, a buscar fuera lo que no encontramos. Un mundo que no se mueve se pudre. Y hay muchas maneras de moverse.


Estudió para actor, pero no se prodiga mucho...

Para mi era muy importante saber qué es lo que se le pasaba por la cabeza a esa gente que está en el escenario. Es un choque brutal, una profesión de riesgo -ya no por la precariedad- sino por la adrenalina que produce. Y soy muy sensorial, yo necesito tocar, saber, pasar las cosas por la piel para entenderlas. Así que era lógico que, si quería engarzar historias, empezara por ahí. De todos modos, la gente va al teatro a ver gente, no escenografías. Las escenografías, de hecho, son maravillosas y acompañan a un trabajo si la gente que las ha construido está presente en ellas, arriesgando y haciéndolas cosas vivas, y el público puede sentir eso. Yo personalmente no puedo ser actor porque me falta ese fuego que les lleva a estar en el escenario llueva o truene, y además me incomoda profundamente ser el centro de atención. De todos modos, si un proyecto es interesante y necesitara hacerlo, supongo que actuaría, sí, si la gente que forma parte de él me diera la confianza necesaria, como ha sucedido las últimas veces que lo he hecho. Lo cierto es, en suma, que no me “hice” director; sencillamente fue el puesto en el que acabé naturalmente. Las cosas, sencillamente, pasan.


Así que un actor o un director, no nace, se hace.

Uno nace con una inclinación, pero se hace. El que crea que con su “talento natural” va a conquistar las capitales de Europa se va a dar una buena leche más tarde o más temprano. Y bien merecida. La “visión” es lo más fácil; hombre, ideas tenemos todos, y más si estudiamos. Lo encomiable es la coordinación y la potenciación de un equipo humano. Y la comprensión de que diez cabezas piensan y producen más que una sola.


¿Cuál es la clave de un buen trabajo como director?

Estudiar, estudiar, estudiar, y ser valiente y no tener miedo a equivocarse. En esta profesión, y en todas, pero en esta es magnificado hasta el absurdo, el ego nos ata al miedo, y el miedo no nos deja crecer. Un director tiene que estar dispuesto a errar y ser humilde. Hay que darse al equipo y confiar, hasta la médula. Entonces ellos se dan a ti. Y todos juntos, al público. Y la nave va.


Ha creado una compañía de teatro, Corazón de Vaca, en Australia. ¿Por qué? ¿Qué busca con ella?

Gente. Una vez más, no fue una abstracción, una idea o un objetivo: fue la gente. Siempre es la gente. El desafío es que cuando uno quiere trabajar con australianos, no se rinda y pelee para hacerlo. O ingleses, o africanos o lo que sea. No creo de base en los proyectos interculturales, si no es para hacer que gente conozca a gente. Y la pelea de la gente por no perder los vínculos es lo que hace que el mundo sea más pequeño, abarcable, humano. Así que lo que encontré en Australia fue: amigos. Y mi deseo de ser leal a ellos. Y, desde la amistad, he descubierto un país maravilloso y creado un vínculo con él. Pero te podría decir lo mismo de Italia, por ejemplo. Primero, la gente, luego las ideas. Y las ideas de toda esta gente son tan enriquecedoras… Hacen cualquier práctica más estable y potente. Cuando decidí irme a Australia fue porque quería irme bien lejos: ya que te vas, vete. Una postura muy aragonesa. Y no había más lejos. Y ahora sigo volviendo porque hay gente importante para mí.


En Australia dirigió su primera obra.

Monté un texto de Steven Berkoff, “Decadence”. Berkoff es un buen poeta, sus textos están prácticamente en verso, este en concreto lo estaba. Muchas veces no entendía concretamente lo que el texto decía de lo intrincado que era. Entonces puse en práctica por primera vez algo que ahora es una herramienta todavía por descubrir, pero la base de mi práctica escénica, la lectura y el uso del signo, en el sentido en el que la semiótica lo estudia, categoriza, analiza. Creé un campo semántico amplio que el público debía interpretar, limpio y claro pero abierto: de hecho, que obligara a la reflexión activa. Yo no dirijo obras: construyo motores. Luego los pongo en marcha y vemos que es lo que pasa. Y así fue: con una buena dosis de atrevimiento, puse un motor en marcha sobre un lenguaje que no dominaba y el resultado fue muy bueno. Aquel experimento salvaje me sirvió para afianzar una práctica y objetivizarla. Más cercano a un proceso de ingeniería o científico que al “arte” entendido desde la mística. Y aun sigo ahí.


Asumiendo riesgos...

No tengo la sensación de buscar el riesgo. Pero sí la de no eludir la confrontación. Creo, de hecho, que hay gente que confronta y arriesga más que yo. Si yo no lo hago es porque creo profundamente, a veces, demasiado incluso, en el diálogo. Pero sí es verdad que en estos tiempos hay gente con la que no se puede hablar, porque no quiere. Pero el problema es suyo. Sin duda. Han vivido mucho tiempo en sus burbujas, en ese espejismo y ahora ven el desierto y lo niegan. Es algo triste de contemplar, esa es la verdad. Ya es hora de que toquen la arena caliente. Pero, volviendo al tema, creo que aquel que piense que debe eludir una confrontación, cuando es imperativa, está tan equivocado como el que crea que debe buscarla por sistema. Yo ni siquiera soy eminentemente político en los temas que trato pero, como te he dicho antes, simplemente nadie me va a imponer las cosas por narices o por mera autoridad. Ni cultural, ni políticamente ni en ningún sentido.


¿Puede una obra de teatro cambiar el mundo?

El mundo no se cambia con una sola cosa. Se cambia con un esfuerzo colectivo. No hay grandes ideas, sino ideas comunes, para bien y para mal. Pero no dudo ni un segundo que sea necesario todo esfuerzo por afrontar los obstáculos, superarlos y cambiar aquello que no es justo. Ni un segundo. Y en ese sentido, sí, una obra de teatro puede contribuir al cambio. El teatro forja identidad, dignidad, sentido de comunidad, sentido crítico, sentido de pertenencia: los artistas son los embajadores de países que no valoran su trabajo, la gente conoce culturas por sus artistas, no por sus políticos -a menos que sea para lamentarlo-. Así que sí. Y todo esto se puede hacer, además, entreteniendo, porque entretener se ha convertido en un sinónimo de mala cultura solo porque determinados poderes han abusado de su vertiente “entretenida” por así decirlo, para manipular y alienar. Sí, sé que hay mucho teatro que debe ir a contrapelo y denunciar que la cultura no es un mero entretenimiento, y por lo tanto abrir esa herida. Pero desde hace unos años, simplemente me muero por escuchar una buena historia, y que me transporte, pero siempre, siempre, desde el sentido crítico. Apela a mi entraña, no a mi cabeza, y creo que los 90, precisamente, me machacaron tanto la cabeza con ideas que necesito volver a la entraña un poco. Que exista teatro es prueba de que el mundo quiere solidaridad, quiere encuentro. Creo que la herencia de la posmodernidad sería saber que no deben manipularnos más.


Si consigue un premio Max, o los dos, ¿no le habrá ido todo muy rápido?

No, en absoluto. Siete años estudiando y diez años seguidos sin parar. No se me han pasado rápidos, precisamente, créame, han sido bien duros. Y cuando digo sin parar digo sin parar. He trabajado noches, fines de semana, por nada, gratis, solo para formarme, he escrito decenas de proyectos, creo que ya cientos, y de ellos han cuajado un diez por ciento, cosa que no me parece mal: hay que trabajar para rendir. Existe la percepción de cuando alguien “gana” algo, o las cosas le funcionan mínimamente, le ha caído del cielo o anda haciendo favores a alguien, y más en este país. A ese respecto, dos cosas: ganar o no ganar un galardón o conseguir proyectos no va a hacer que siga o no trabajando. Lo haré, independientemente de esto. Así que. ¿cómo que rápido?