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Nacho Arantegui: “En la naturaleza están los templos, las catedrales”

El polifacético artista de Casetas de arte medioambiental expone en la Fundación Caja Rural de Aragón ‘El bosque de tragopodón’

Nacho Arantegui presenta su exposición más ambiciosa en el antiguo Casino Mercantil.
Nacho Arantegui presenta su exposición más ambiciosa en el antiguo Casino Mercantil.
Francisco Jiménez.

¿De qué le han servido todas sus experiencias en la Naturaleza en Remolinos, Torres de Berrellén, Utebo o los bosques del Alto Aragón?

Mi devoción hacia estos paisajes en simbiosis con la creación artística me ha abierto las puertas a vivencias excitantes y extraordinarias. Han sido una gran fuente de aprendizaje e inspiración. Me han reafirmado en la capacidad de análisis y exploración, de ejercitar la mirada hacia lo cercano para revelar la sustancia más oculta y frecuentemente ignorada. Recuerdo el primer estímulo para crear las veladas de arte contemporáneo, entendí que revelar el arte en la naturaleza a través de la fotografía, el vídeo o la muestra en sala perdía la esencia primordial, el encuentro con el paisaje, así que propuse la experiencia inmersiva. Siempre he procurado ser discreto y prudente a la hora de dar cierta información, me refiero a dónde surgieron las primeras creaciones enfocadas a las veladas de arte contemporáneo, que hoy en día son seña de identidad. Eran encuentros clandestinos en las “entrañas de un mar petrificado de sal”. Ese binomio arte-naturaleza en las oscuras galerías subterráneas fue una auténtica revolución, me permitió ahondar en las creaciones site specific, conocer a numerosos artistas que pronto se entregaron a las vivencias, el contacto con el público, que llegaba de todas las partes y con gran abanico de sensibilidades lo que permitía obtener un feedback que emocionaba y me afianzaba en el camino a recorrer. Los siguientes proyectos buscaron salir de la clandestinidad y encontrar una forma más abierta y directa de llegar, creé junto a Cristina Berlanga la Asociación Trarutan donde sigo diseñando y dirigiendo las veladas de arte contemporáneo en la naturaleza y en espacios arquitectónicos singulares.

¿Se siente ante todo un artista de Land Art o solo un artista que está en el camino de la belleza, de la comunicación, de la expresión de sus emociones?

Me siento una persona que ha desarrollado ciertas capacidades a partir de la observación, la imaginación, su vínculo emocional con los espacios naturales y mucha implicación en el trabajo. En ocasiones me he posicionado más cerca del arte ambiental al crear únicamente con materia natural (un referente para mí es Andy Goldsworthy), o del Land Art introduciendo algunos elementos artificiales (Cristo y Jean-Claude o Olafur Eliasson). Transito entre las dos formas de creación pero siento que la experiencia de vida me pide desarrollarme hacia la primera. La etapa actual está muy influenciada por lo que te comentaba anteriormente, la experiencia inmersiva en la que los elementos naturales son los que configuran la obra. La belleza y la expresión de mis emociones lo bañan todo, siempre están presentes.

Se ha ido a vivir lejos de Aragón, en el País Vasco. ¿Le ha dado algo particular su paisaje?

Me instalé en una casita de piedra y madera a las faldas del Parque Natural del Gorbeia, a 20 metros del río Bayas, que por cierto es afluente de mi querido Ebro, impulsado por una relación amorosa. Mi motivación para con los paisajes siempre ha sido reconocer, dialogar con lo que tenemos cerca, pero en todo ello hay una motivación esencial, todas esas sensaciones y emociones que aporta el aventurarse, explorar, descubrir, abrirme a nuevos hallazgos. En ese sentido los bosques del Gorbeia son inabarcables, frondosos, profundos y misteriosos, un hábitat excepcional que rezuma autenticidad y belleza.

¿Qué le dicen los bosques? ¿Por qué le atraen siempre, qué ve en ellos que a lo mejor no vemos los demás?

Los ecosistemas naturales son para mí alimento fecundo para el espíritu. Las cercanos en la ribera del Ebro siempre presentes, otros más lejanos de los que te podría contar algunas vivencias que también han sido determinantes en lo que soy hoy en día. Recuerdo una noche de luna llena en una playa de arena a orillas del Araguaia, un río amazónico en el Mato Grosso-Brasil.  Pasé cinco meses con la directora y director rodando un documental sobre Pere Casaldáliga y sus causas. Cuando estábamos en el campo base, São Félix de Araguaia, me gustaba alejarme en soledad para pasar la noche a esa franja al descubierto entre la selva y el río. Encontraba fascinantes impresiones en la arena de animales que cruzaban al río: sucuris, jacarés, iguanas, macacos, sapos…

Parece que esté contando una aventura del naturalista Félix de Azara.

Danzaba desnudo, la tienda de campaña no quedaba muy lejos, en el pueblo me obligaban a llevar una faca que permanecía clavada en la arena. Escuchaba los cantos de un indio Karajá que provenían del otro lado del río. Este tipo de experiencias me reafirman, en la naturaleza están los templos, las catedrales. Por otro lado siempre está ahí para aportarte las sensaciones más beneficiosas y para abrazarme en los momentos de desasosiego, nutre y otorga armonía en una generosidad infinita, nunca pide nada a cambio.

Detalla de la instalación 'El bosque de tra
Detalla de la instalación 'El bosque de tragopogón'.
Frrancisco Jiménez.

Siempre le ha interesado mucho la luz. Pero aquí, en la exposición que presenta en la sede de la Fundación Caja Rural de Aragón, en el antiguo Casino Mercantil, en pequeño formato, por decirlo así, más que nunca. ¿Es así? ¿Cuánto hay de magia en la luz?

Llevo muchos años disfrutando y analizando la luz en el contexto natural, la del Valle del Ebro es especialmente cautivadora. También en relación con los eventos de las veladas, donde suelo dejar la luz natural de las fases lunares o la contaminación lumínica que llega de las zonas habitadas para que las personas transiten por el paisaje, las instalaciones o intervenciones escultóricas se presentan con un tratamiento de luz artificial, siempre delicado, sutil, procurando que no sea invasivo. Las piezas de la exposición, aunque en pequeño formato con respecto a los eventos al aire libre, vienen alimentadas de ese influjo, de esa experiencia. Las limitaciones técnicas me han llevado a presentarlas únicamente bañadas por la luz ultravioleta, de la que extraigo cierta relación con la iluminación de la luna llena, pero en realidad muchas de ellas están concebidas para apreciarse con la luz del día y también en la oscuridad, por el efecto de la luminiscencia. Hubiera deseado generar una instalación con variaciones entre la iluminación de luz cálida, ultravioleta y oscuridad total. En ese sentido es un buen referente el pintor José Orús.

¿Cómo se ha planteado la exposición, en su conjunto, a lo largo de las tres salas?

Me he lanzado a generar una exposición en meses de trabajo sin ningún aporte económico exterior para la producción o instalación de la misma. Ha resultado complicado, invertí mucho tiempo, energía y disposición económica, pero tenía claro que debía diversificar la creación artística. La organización, producción, diseño y dirección de las veladas me ocupaba gran parte de la energía y del tiempo al cabo del año, algo que considero ya no me puedo permitir. En estos momentos mi deseo es explorar y recuperar otros caminos que conecten más con la intimidad y generar otras fuentes de comunicación e ingresos que me permitan seguir creciendo como artista y persona. Por cierto, me constará desprenderme de ellas por el vínculo que he generado en la creación, pero las piezas de la exposición están a la venta. La exposición ‘El Bosque de tragopogon’ está planteada para que las personas que la visiten puedan recorrerla sin ningún tipo de orden o deposición concreta, lo que considero fundamental es olvidarse del tiempo para dar la oportunidad a la contemplación, al recogimiento y misticismo.

Explíquenos esas cajas de luz y de vegetación. ¿Qué busca, qué nos quiere decir?

Las atmósferas o escenas que se abren en las cajas de luz están formadas fundamentalmente por materia orgánica encontrada en los paisajes por donde camino, desde la estepa zaragozana, minas de sal, sotos de ribera del Ebro, espacios de transición entre la ciudad y el campo, hasta hay alguna huella de un último viaje a Lanzarote. Parto de mi experiencia íntima con estos ecosistemas, de la contemplación, el análisis y en ocasiones la disección de la materia vegetal para llevar a cabo las composiciones. Creo que es un lenguaje poético donde los universos misteriosos y de patrones profundos e interminables merecen una atención pausada, atenta y curiosa. La mirada del espectador puede encontrar mucho jugo en cada uno de estos paisajes, al menos es lo que desearía. En mi experiencia, durante los días que he convivido con ellas la creación llegaba durante el día, espera emocionado a finalizarlas y las descubría acabadas durante la noche. Eran momentos muy emotivos y sorprendentes, he pasado horas totalmente hechizado, observando hasta manifestarse lo oculto. En ocasiones, tanto en las cajas de luz como en las cúpulas de vidrio, encontraba cierto aire sobrenatural, como si se abrieran portales a algo mágico que escapa a mi control y entendimiento.

¿Y las instalaciones?

En la sala los visitantes también pueden adentrarse por la oscuridad de otros espacios para descubrir santuarios de seres feéricos formados de plantas y minerales recogidos en cúpulas de cristal, o imaginar que deambula por un paisaje de cuento hasta llegar a una cueva de magma rojo. Desearía poder ampliar las escalas hasta propiciar que pudiéramos caminar físicamente por estos mundos imaginarios.

Otro detalle de la sutileza de la muestra de Arantegui.
Otro detalle de la sutileza de la muestra de Arantegui.
Francisco Jiménez.

Con su experiencia, ¿tiene la sensación de que ya hemos aprendido a ver y sentir y entender las instalaciones que dialogan con el reino animal y con el paisaje?

Como en todas las manifestaciones artísticas depende mucho de las personas que las contemplan. Por las sensaciones que recojo de las personas que viven las experiencias que propongo, y por la extraordinaria acogida que suelen tener, entiendo que llegan a todo tipo de público, transmiten y en ocasiones hacen vibrar intensamente. Ayudan los lenguajes con los que me expreso, que parten de la emotividad y la sensibilidad, del acercamiento al mundo natural a través de atmosferas que envuelven y tienen la capacidad de evocar, de trasladar a mundos de ensoñación.

Perdone una pregunta escolar. ¿Qué le dicen los árboles? ¿Le hablan, le dan información, oye algo en su silbo o su melodía?

Fundamentalmente me aportan tranquilidad, cuantos más arboles mejor me siento, hay esplendor, hay vida. Las emociones que más me fascinan, me conmueven tienen que ver con la contemplación de los árboles, justifican cualquier viaje, por muy lejano que sea, admiro profundamente su belleza. Siento su presencia y creo que al igual que entre ellos se comunican, algo nos pueden llegar a transmitir a los seres humanos. Tenemos muchísimo que aprender de los árboles. Me encantaría poder contar una experiencia que tuve con un árbol que encontré en un solitario templo budista en Mustang, Nepal, pero creo que hoy no hay espacio para ello.

¿Qué es la pieza ‘El bosque de tragopogón’: arte, ecología, belleza sin más, puro fulgor? Es la pieza más difícil y envolvente, la más laboriosa, como un micromundo subyugante.

‘El bosque de tragopogón’ abre ventanas a un arte que no precisa ser explicado, una experiencia que se siente, se percibe a través de una reinterpretación delicada, cuidadosa, minuciosa del mundo natural. Son piezas elegantes que han sido concebidas desde la introspección y el aliento que llega del bosque, de la magia de la luz que mencionabas antes.

¿Por qué ha elegido ese nombre de una hierba tan peculiar, próxima al diente de león, creo?

El ‘Tragopogon pratensis’ es una de esas plantas herbáceas que crecen en terrenos baldíos entre ciudades y entornos rurales. Pertenece a una diversidad biológica que crece libre y que pese a tenerla muy cerca, no se suele ver, apreciar, comprender su importancia para el equilibrio de la biodiversidad. Estos espacios que brotan llenos de color en primavera con amapolas silvestres, variedades de cardos, falsa avena, dientes de león, estramonios, caléndulas, malvas… con la llegada del calor dejan paso a zonas secas y las tonalidades se reducen, amarillean, plantas que pican, pinchan, se prenden a la ropa, entiendo que generen distancia, desafecto. Yo encuentro en estos espacios residuales una gran riqueza botánica, son reductos de vida que valoro inmensamente y que me aportan mucha materia para la creación. En el caso concreto del ‘Tragopogon’ encuentro una belleza fascinante, puedes contemplar la estructura radial de los vilanos o la ordenación que se expande desde su interior, todo es equilibro y un diseño que nos muestra lo sublime de la naturaleza, y como te comento, la tenemos tan cerquita…

En sus montajes e instalaciones, siempre ha añadido otros elementos y disciplinas: el cuento y la poesía, la fotografía, el vídeo, la danza, la música. ¿Por qué? ¿Necesita sentirse arropado por otros artistas?

Si nos referimos a las veladas de arte contemporáneo en Trarutan, hay que entender que estamos ante una creación que se compone de varias disciplinas, sí, pero seleccionadas para que funcionen en sintonía, una simbiosis que nace de un diseño previo y una dirección. Cuando me enfrento a estos procesos creativos que tienen como leitmotiv una lectura del paisaje o del espacio singular donde se desarrollan, traslado la idea, argumento o hilo conductor a los artistas, les propongo los espacios escénicos y los trabajo para que todo encaje. Por otro lado diseño las intervenciones e instalaciones escultóricas que puedo llevar a cabo gracias a un equipo de profesionales con lo que llevo años trabajando. Estoy en todo, hasta en el cartel de la velada. Este tipo de proyectos son así, una obra de arte que concibo a partir de muchas disciplinas pero que nacen de una sola idea. Si hiciéramos un paralelismo con el mundo del cine, sería el director de la película.

Arantegui trabaja la luz y la incorpora a sus creaciones, algo que ha hecho en las veladas.
Arantegui trabaja la luz y la incorpora a sus creaciones, algo que ha hecho en las veladas.
Francisco Jiménez.

Es una buena imagen.

Las veladas me permiten relacionarme con muchos otros artistas y crear vínculos muy nutritivos y hermosos, me ayudan a seguir creciendo. Pero como te comentaba, estoy retomando una relación más íntima con la creación, me atrae la idea del taller, hasta ahora he trabajado el ‘site specific’ y la creación era efímera o terminaba por perderse.

¿Qué hay en sus propuestas de reivindicación, de denuncia, de advertencia ante el cambio climático o la destrucción sistemática del planeta?

Crecí en un barrio rural de Zaragoza, en Casetas, y pronto aprendí a explorar en profundidad y valorar la magia de aquello que tenemos cerca. Desde la zona poblada a la orilla del Ebro transitaba por campos de cultivo, huertas, choperas y zonas olvidadas de vegetación. Me empapé de sensaciones contradictorias pues en aquellas décadas de los 80 y 90 se tenía más bien poca conciencia ambiental y abundaban los vertederos y escombros depositados por todos lados, fundamentalmente en las márgenes de los ríos. En mis propuestas creo que se generan reflexiones en torno a la puesta en valor de esos paisajes cercanos que también son fundamentales como reservas de biodiversidad. Suelen quedar relegados por los grades paisajes pirenaicos o montañosos, pese a tenerlos a poca distancia hay una gran desafección, son los grandes desconocidos. Entiendo que valorarlos y cuidarlos es fundamental para un enfoque global de protección del gran jardín planetario.

¿Qué ocurre con el Nacho Arantegui dibujante y pintor, e incluso fotógrafo? ¿Ha abandonado esa vertiente?

En estos últimos años el periodo en el que más he dibujado fue el del confinamiento, pasé horas absorbido en el dibujo y lo alternaba con la pintura, fue gratificante, muy productivo y me aislaba de lo que ocurría fuera. En estos momentos es la escultura, el campo en el que más me he desarrollado, los talleres que imparto y la producción de las veladas lo que acapara tiempo y energía. Pero siento que todo eso puede cambiar, siempre estoy abierto a poder desarrollar esas capacidades con las que me ha dotado la naturaleza. La fotografía siempre está presente, la mirada y el deseo de captar la belleza del paisaje, la luz, esos detalles minúsculos que conforman la singularidad de materia y forma. Tengo archivos, discos duros repletos de carpetas que lo documentan, pero apenas los expongo.

¿En qué proyectos, más o menos ambiciosos, anda metido?

Acabo de finalizar la segunda edición del programa BARZA de Centros Cívicos de Barrios Rurales de Zaragoza. Diseño seis talleres creativos para seis barrios en los que las personas que se inscriben pueden llevar a cabo una pieza de arte y naturaleza, esas piezas se presentan en instalaciones en una velada de arte contemporáneo con la actuación de artistas de diferentes disciplinas. Es un proyecto participativo que está funcionando de forma extraordinaria, se completan los talleres y la velada genera una gran expectación con tremenda lista de espera para poder disfrutar de la experiencia.

Nacho Arantegui se ha trasladado a vivir al País Vasco.
Nacho Arantegui se ha trasladado a vivir al País Vasco.
Franciaco Jiménez.

¿Algo más?

También estoy llevando a cabo talleres de arte y naturaleza en la Fundación Rey Ardid-Espacio Visiones y a finales de junio, en Zuia-Álava presentaré las veladas ‘Jugatxi y la luz del bosque’, un proyecto que me genera mucha ilusión por desarrollarse en un entorno deslumbrante, el del Parque Natural del Gorbeia, y porque abro un camino que me permita asimilar la cultura vasca y ofrecer mis creaciones al territorio donde me he trasladado a vivir.

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