literatura. ocio y cultura

El niño Toni que se crio entre zorros en Roma, los creadores postistas y el Madrid nocturno

Antonio Chicharro, hijo de los pintores Chebé y Nanda Papiri, presentó sus memorias en La Casa Amarilla, publicadas por Libros del Innombrable.

Antonio Chicharro Papiri, hijo y nieto de artista, en Zaragoza, al lado de HERALDO.
Antonio Chicharro Papiri, hijo y nieto de artista, en Zaragoza, al lado de HERALDO.
A. C.

Antonio Chicharro Papiri, hijo y nieto de artistas y compañeros de los creadores postistas, aquellos compañeros "rarísimos" que visitaban a su familia casi a diario, nació en Roma en 1940, donde vivían sus famosos padres: el pintor y poeta Eduardo Chicharro Briones, ‘Chebé’, y la pintora Nanda Papiri, que había nacido en Ostia, donde moriría muchos años después, brutalmente, Pier Paolo Pasolini. Presente en la charla su editor Raúl Herrero, comenta: "En Ostia también rodó Arrabal su película 'El árbol del Guernica', precisamente por consejo de Passolini".

“Siempre me dijeron que había tenido una infancia más o menos bonita aunque eran tiempos difíciles. Vivíamos con dos zorros que lo destrozaban todo pero como mis padres amaban a los animales los acogían. Yo de eso no me acuerdo: me lo contaban mis padres y mi hermana”, dice Antonio Chicharro, que estuvo en la galería La Casa Amarilla hablando de su libro ‘Memorias del niño Toni’ (Libros del Innombrable), que ha ido presentando por diversos lugares de España. En Madrid, por ejemplo, lo hizo con su amigo el gran pintor Antonio López.

“El mundo estaba en guerra. Y de vez en cuando, sobre todo en verano, salíamos de Roma y nos íbamos a las montañas y a lugares como Villa Borghese. Mi padre y sus amigos, entre ellos Silvano Sernesi y el pintor Gregorio Prieto, que había sido amigo de Lorca, comentaban cosas muy raras. Mi padre, además de poeta y pintor, trabajaba en Cinecittá de doblador de películas del italiano al español”, recuerda.

Expulsión de Roma y vuelta a casa

Su padre, un hombre profundamente cultivado y sensible, un día recibió en Roma una carta de la Falange española donde se le reprochaba que no pagase las cuotas. “Le incoaron un expediente y a consecuencia de aquello, aunque parezca raro, en 1943 nos volvemos a España y nos instalamos en Madrid, con mis abuelos, en una casa grande en la plaza de Bilbao. Aquella era una casa muy especial. Mi abuelo Eduardo Chicharro Agüera, pintor también, era toda una institución y un personaje, y se recluía en una habitación muy grande con sus cosas. Había dirigido la Academia Española de Roma durante doce años y durante la II República había tenido una importancia casi como un ministro de Cultura. Y mi abuela María también era bastante peculiar: llevaba mucho tiempo que no salía a la calle, estaba recluida en un cuarto con una gran mesa y con brasero, que alimentaba una hija suya, mi tía María Victoria, que tendía a la obesidad”.

A pesar de que la casa era espaciosa, con muchas estancias, todo estaba ocupado y los recién llegados ocuparon una sola habitación, y aquel lugar se iba a convertir “casi en un centro de reunión de los postistas. Por allí pasaban Carlos Edmundo de Ory, el dramaturgo y escenógrafo Paco Nieva, su hermano Ignacio, músico y sacerdote y amigo de Leonard Bernstein, el poeta Ángel Crespo, Gabino Alejandro Carriedo”. Antonio Chicharro, el ‘Niño Toni’, tiene mucho sentido del humor: “Para mí el postismo era una habitación con mucho humo y gente disparatada. Decían y hacían unas cosas rarísimas y se me contagiaban. Un día dije que ‘veía a la Telefónica tragarse un clavo’. Y cosas así”, recuerda. Bromas aparte, en el libro recoge los distintos manifiestos de esta corriente estética que se ha definido como “un surrealismo blanco, pero igualmente imaginativo”.

Antonio Chicharro Papiri con su libro 'Memoria del Niño Toni', repletas de información e ilustraciones.
Antonio Chicharro Papiri con su libro 'Memorias del Niño Toni', repletas de información e ilustraciones.
A. C. /Heraldo.

Dice que su abuelo le daba de vez en cuando cinco pesetas e incluso sonreía, “algo que no era frecuente. Había tantos cuadros en casa que le incomodaba que jugásemos a la pelota mi hermana y yo. Y con razón. Tenía, entre otras joyas, un autorretrato de Tiziano con manos, el único que se conoce en que muestra las manos, y le daba pánico que hiciéramos alguna trastada”.

Una vida en el arte y la medicina

El Niño Toni, contagiado por aquel ambiente, publicó en algunas revistas sus dibujos con diez años. “Había dibujado desde niño y habría querido ser artista, pero a mi padre no le pareció bien. Estudié en Escolapios durante doce años y había una contradicción flagrante entre el mundo que se vivía allí y el que se vivía en casa. Luego, sin entusiasmo, hice Medicina y conocí a muchos amigos como los pintores Lucio Muñoz y Amalia Avia, Antonio López, entre muchos otros. Una de las mayores decepciones de mi vida fue la muerte de mi padre en 1964, que contaba con dos estudios en la calle Alhambra. No sentía verdadera vocación por la medicina y ahora me dejaba solo. Me cogí un inmenso cabreo. Le dije para mis adentros que era “un auténtico cabrón que me había dejado solo en el mundo con una carrera que no me gustaba’. Con esfuerzo y algunas ayudas logré rehacerme”.

"Mi abuelo Eduardo Chicharro Agüero, pintor también, era toda una institución y un personaje, y se recluía en una habitación muy grande con sus cosas. Había dirigido la Academia Española de Roma durante doce años y durante la II República había tenido una importancia casi como un ministro de Cultura"

Primero, gracias al Marqués de Toro, trabajó un tiempo de marchante de arte -“bueno, decir marchante es un término muy elegante, más bien un mercachifle del arte”, dice-, y llegó a tener cuadros de Anglada Camarasa, Sorolla y otros artistas, “pero aquel era un mundo de tiburones y lo dejé. Un golpe de suerte, gracias a un matrimonio amigo que trabajaba en el Hospital Clínico de Madrid, me permitió convertirme en editor médico de la editorial Edimsa y durante 40 años ese fue mi oficio”. 

Antonio Cicharro alternó esa ocupación con una vida repleta de amistades, de viajes y de la fascinación por el arte. Su libro está lleno de instantes, de anécdotas y de sueño, de hoteles, de ciudades y de viajes, y de amigos, entre ellos, el escritor y periodista César González Ruano, al que su padre Chebé (Eduardo Chicharro Briones) retrató en 1960. Y al fondo, siempre, casi como una mujer enigmática, aparece su madre Nanda Papiri, de la que habló en La casa amarilla. 

“Era una joven que venía del pueblo costero de Ostia. Conoció a una persona importante, Lola, que era traficante de brillantes y piedras preciosas, pero tuvo que huir a Brasil. Ella no se dedicaba a eso, claro que no, y apareció mi padre, se enamoraron y se casaron. Al principio hacía una pintura naïf, ingenua, pero poco a poco fue cambiando”. Este libro lleno de sinceridad y detalles que son verdades -como le pidió Antonio López, cuando le anunció que iba a redactar sus memorias– se cierra con un recuerdo a su madre, a cuyo entierro en 1999 no acudió. Antonio Chicharro le hace una pregunta, que ella rechaza con violencia. Y la esposa del Niño Toni, le dice: “Pero, Nanda, ¿cómo le dices esto a tu hijo?’. A lo que que Nanda respondió: ‘¿Mi hijo?, este no es mi hijo; mi hijo es lo mejor del mundo’. La demencia de Nada Papiri, de la que no había dado síntomas antes de esta escena, puso de manifiesto el amor por su hijo, por el niño Toni, que quizá no supo corresponderle como se merecía”.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión